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Semana Santa
La ambición hegemónica del uribismo se extendió por el mundo antiguo en nombre de la nueva Fe.
Jueves, 17 de Marzo de 2016

(Columna no apta para uribistas y creyentes)

Llevo siglos advirtiendo que lo de Uribe es una peste, que la desaparición del primogénito, la conversión del agua en sangre, la plaga de los sapos y moscas, incluso la plaga de la langosta, el granizo y la oscuridad, no son castigos divinos sino que eso tiene mucho que ver con la política de Seguridad Democrática que tanto daño le ha hecho a la humanidad desde los tiempos del faraón hereje Akenatón. Porque lo de Uribe no es de ahora. Viene desde los orígenes remotos de las fiestas paganas de los antiguos egipcios. Moisés lo sabía muy bien pero, como era uribista, se inventó lo de las tablas de la ley para someter a su antojo a los israelitas, el pueblo elegido por Dios, o sea, el Centro Democrático del Antiguo Testamento. La peste del uribismo se extendió por el mundo antiguo, llevó al Éxodo a todo campesino, a todo hombre o mujer, niño o anciano  que se resistiera a la adoración del becerro de oro del vocinglero Uribe, único patriarca que con su espada hizo que la tierra retumbara en un profundo llanto y crujir de dientes.

 La ambición hegemónica del uribismo se extendió por el mundo antiguo en nombre de la nueva Fe. Destruyó el politeísmo, desbancó a todos los dioses existentes, es decir, a todos los partidos políticos y sus jefes naturales y se constituyó en la nueva religión pagana que mandaba a la hoguera a los infieles. El papa Ordóñez besó las pezuñas del becerro en el siglo XI. El papa Ordóñez agachó la vista frente a los crímenes del uribismo porque eso le permitía configurar un poder en torno a un solo pastor y una sola religión. Juntos crearon las indulgencias para premiar a quien matara a sus semejantes en nombre del nuevo uribismo. El nuevo pastor se retiraba de cuando en cuando a hablar con los 12 apóstoles para diseñar un plan de exterminio contra la oposición acusándola de brujería. Yo vi arder en  la hoguera a Giordano Bruno, del Polo Democrático. Escuché a Galileo Galilei arrepentirse de sus convicciones para salvar su pellejo. Galileo creía que la tierra giraba en torno al sol. Los uribistas creían que la tierra giraba en torno al nuevo becerro de oro del Ubérrimo. Dante lo condenó al infierno. Pero Uribe, redimido por su bancada, surgió para un segundo periodo. La tierra tembló. Hubo oscuridad (el apagón comenzó en el gobierno de Uribe). Desapariciones forzadas. Gente crucificada. El papa Ordóñez, repantigado en sus convicciones medievales, mandó a la hoguera los libros de Voltaire y Rousseau;  de  Marx y Freud; de García Márquez y Vargas Llosa. En un artículo de un periódico clandestino, Heinrich Heine escribió: allí donde queman libros se terminará inevitablemente quemando seres humanos.

Y se quemaron seres humanos: basta solo mirar los hornos crematorios de Juan Frío donde una nueva época de terror ensombreció la faz de la tierra. Terminada la Edad Media, pasado el Renacimiento italiano y la Edad de la Razón, el uribismo entró al siglo XIX asesinando a Bolívar para que el mundo quedara en manos de “tiranuelos imperceptibles de todos los colores”. Comenzando el siglo XX Hitler vio al uribismo como algo bueno y promovió la guerra. Hitler fundó el Centro Democrático Nazi para el exterminio de la izquierda. Ya  En el siglo XXI y usando las nuevas tecnologías, el uribismo se ensaña contra sus opositores como lo hizo en el Antiguo Testamento. Trajo de nuevo el éxodo, pero esta vez son ellos mismos los que se van al exilio escapando de la mano invisible de la justicia.

No es, como piensan algunos, que se trata de un profeta. Uribe es una peste que hay que exorcizar en Semana Santa.

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