El miércoles pasado Nicolás Maduro, reprimió, nuevamente, las protestas multitudinarias de la oposición, en Caracas y otras ciudades del país , utilizando además, a un grueso número de paramilitares, conocidos como colectivos, para que arreciaran su brutalidad e intimidaran a los marchistas inermes , pasando a la historia como el día en que el gobierno se desbordo ,dejando lo poco que les quedaba de pudor a un lado, para mostrarse ante el mundo, como lo que en realidad es, una verdadera dictadura.
Las imágenes fueron espeluznantes. Las de la joven asesinada en San Cristóbal, y que se ve caer al piso, en el momento en que un grueso número de motorizados pasan junto a ella; los cientos de personas que se ven lazarse a un canal de agua negras para evitar ser víctimas de los gases lacrimógenos y del acoso despiadado de la policía; los guardias nacionales que se observan golpeando a puntapies a jóvenes, que se hallan completamente desprotegidos y , en fin, la tragedia de un pueblo que ve como su amada patria se destruye en un laberinto de indolencia y violencia, contrastaron con otras escenas, como la de la heroica mujer que se enfrentó a una tanqueta, obstruyendo su paso, recordándonos el arrojo del joven estudiante Chino, que en la plaza de Tiananmen hizo lo mismo, el día en que el gobierno permitió la muerte violenta de más de mil jóvenes, la mayoría estudiantes, que marchaban en contra de las medidas autoritarias del régimen.
Lo que vimos el miércoles no fue nada distinto que la actitud despiadada y criminal de un gobernante que, luego de aplastar los justos reclamos de un pueblo que ha llegado al extremo de buscar en las canecas de la basura los sobros de comida que les permitan alimentarse, tuvo la desfachatez de proponerles que se sentaran con él a pactar unos acuerdos, en la mesa de dialogo.
Ese día luego de escuchar la inicial propuesta de Maduro, el mundo entero lo oyó decir, que “millones de venezolanos son golpistas y terroristas, financiados por el gobierno norteamericano, que quieren robarse el petróleo de nuestro rico pueblo bolivariano”.
Mientras los atropellos se daban contra un indefenso pueblo desarmado que clamaba justicia, al otro lado de la capital, la marcha chavista avanzaba amenazante, disfrutando de la protección y absolutas garantías de las cómplices y permisivas autoridades.
Un ministro de la Defensa, que no cumplía con su deber de defender y hacer respetar la Constitución y las Leyes de la República, por el contrario, observaba sin mover un dedo ni decir una sola palabra que significara defender el sagrado derecho de la oposición, a ser protegidos en su vida y en sus justas reclamaciones ciudadanas.
Lo más descarado de todo esto, fue observar como los canales de la televisión oficialista le ocultaban al país y al mundo, la manera como estaba siendo masacrado un pueblo que protestaba pacíficamente contra los abusos y atropellos del régimen. Mientras esto ocurría, se limitaron a pasar telenovelas y divertidos programas de dibujos animados, ocultándoles el derecho a ser fiel y plenamente informados.
Por todo lo anterior, urge la activación, por parte de la OEA, de la Carta Interamericana, para que al gobierno de Venezuela, se le suspenda del bloque de países de América, que respetan la democracia y los derechos humanos, aislándolos absolutamente de todo derecho y de toda posibilidad de recibir financiación y préstamos internacionales. De esa manera el gobierno dictatorial de Nicolás Maduro, se desplomaría, sin derramar una nueva gota de sangre.