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Salvar a Cúcuta
Para salvar a Cúcuta  no son suficientes los esfuerzos de los importantes pero poco poderosos colectivos artísticos y culturales de la ciudad.
Martes, 5 de Marzo de 2019

Las Iniciativas juveniles para atraer cultura y escritura sobran en Cúcuta. Cada año aumentan los esfuerzos (sobre todo de manera voluntaria) por mejorar y hacer crecer la Feria del libro, y se vienen multiplicando los colectivos de arte, cine, lectura y redacción de textos. Si usted es de los que prioriza las actividades culturales en su vida, hay de dónde escoger. Además, al segmento poblacional juvenil de Cúcuta se le atribuyen gran parte de los emprendimientos y la innovación a nivel científico y comercial. Sin embargo, todas estas iniciativas carecen de apoyo por parte de otras generaciones con más poder (político y adquisitivo). 

Las generaciones que siguen inmersas en las formas de hacer política que tanto daño han hecho a la ciudad, no se dan cuenta del potencial de los jóvenes en Cúcuta y por el contrario, siguen distraídas con la política que nos gobierna. El clientelismo devoró a la ciudad y hoy en día no hay un cargo público que esté ocupado por mérito, y no por favores, votos, promesas de licitaciones, etc., a pesar de los múltiples talentos que se preparan día tras día en las mejores instituciones educativas. Además, es muy difícil que una pequeña empresa liderada por jóvenes consiga la oportunidad de desempeñarse en una licitación pública o haga parte de un gran proyecto de obra. Todo parece estar amañado. 

Muchos de los que pertenecen a estas generaciones mayores se quejan de la sombra de Ramiro Suárez en casi todas las entidades e instituciones públicas de la capital nortesantandereana, del manejo casi omnipotente que tiene sobre los recursos públicos y la contratación de personal. Sin embargo, en las instituciones que tienen autonomía y son lejanas al convicto exalcalde, el modelo de corrupción se repite bajo otros esquemas y bajo el mando de otros personajes. 

La decepción de las ‘megaobras’ demuestra no sólo que la corrupción es un gran incentivo a la hora de planificar el futuro de una ciudad, sino a que la innovación y el pensamiento juvenil están totalmente ausentes en esta administración municipal. En primer lugar, el ‘realineamiento’ de la Avenida Gran Colombia no contempla la pavimentación de las vías, que se encuentran en pésimo estado. Es claro que el equipamiento urbano es vital, cosa que el proyecto contempla, pero gastar trece mil millones de pesos en sardineles, señalización, basureros y una cicloruta es absolutamente irresponsable. En segundo lugar, el mirador de Cristo Rey, un proyecto que costó ocho mil millones de pesos y que no ha tenido impacto en el turismo.

Para salvar a Cúcuta  no son suficientes los esfuerzos de los importantes pero poco poderosos colectivos artísticos y culturales de la ciudad. Es necesaria la renovación política, cambiar el chip y dejar de responder a los mismos estímulos (dinero por voto, favor por voto, trabajo por voto, etc.). Además, es importante reinventar la institucionalidad y hacer visible la gestión de todas y cada una de las entidades y agencias estatales que tienen sede en Cúcuta (por ej. Agencia Nacional de Minería, Agencia para la Renovación del Territorio, Agencia de Tierras) y que tienen la misión de transformar la región y darle paso a la paz con desarrollo sostenible y con un campo productivo. 

Hasta el momento, ninguno de los precandidatos a la Alcaldía de Cúcuta ha mostrado el salvar la ciudad como su máxime objetivo, pareciera que la contienda es la meta en vez del camino y las propuestas de campaña son las mismas que hace veinte años. Nadie está pensando en Cúcuta como una ciudad para el futuro, con empresas de alto valor e innovación, con un área rural productiva y sin economías ilícitas, con un sistema de transporte público que dignifique e invite a la ciudadanía a dejar el automóvil, con un medio ambiente limpio y unos recursos naturales recuperados y protegidos. 

Salvar a Cúcuta es mucho más que soñar, se requiere más activismo por parte de la ciudadanía, tanto a la hora de escuchar (rendiciones de cuentas, mesas de trabajo interinstitucionales, etc.) como a la hora de defender lo público, y se necesita incluir a las generaciones más jóvenes en la construcción de la ciudad. 

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