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Rapsodia del tiempo
Inevitablemente, uno debe mirar en dos vías, hacia el pasado y al porvenir, no es posible desalojarlos de la vida.
Domingo, 17 de Diciembre de 2017

El tiempo es único, natural y sólo se concilia, a sí mismo, ante la eternidad; es como un viejo vigilante que guarda la vulnerabilidad de los pobres mortales: su sombra es imaginaria y esconde, en su seno, la inmensidad del infinito que retorna al corazón cada vez que asoma el recuerdo.

Su ciclo anual nos da los fundamentos para adentrarnos en opciones de evolución, porque contiene pasos de la huella de la vida que se depositan en la existencia discretamente o, a veces, de manera cruel: por ello es bueno estar alerta a los signos que se deslizan en los días, como una piadosa versión humanista que tiene el tiempo de consentirnos, dejando caer en el hueco de las manos, simultáneamente, una furtiva lágrima y una sonrisa bonita.

Su serena majestad se da reverente, cada año, como semilla y camino, felicidad y tristeza, opulencia y ruina, en fin, como contrarios de un triple sentido en el ayer, el hoy y el mañana, pasando finitos por la existencia, unos antes, otros después: se plasman en el propósito universal de generación y corrupción que hace de las cosas y las personas un molde de ensayos. 

Hasta que uno no está seguro de cuál es la esencia de libertad, luego de un proceso de experiencias, dolores, triunfos y fracasos, no halla en él las verdaderas señales del destino, aquellas que debe acariciar con manos de nubes para atisbar las visiones fugaces y los instantes de placidez del alma.

Inevitablemente, uno debe mirar en dos vías, hacia el pasado y al porvenir, no es posible desalojarlos de la vida, tan sólo convertirlos en fuente de esperanza: atrás, para la enmendadura de tantos yerros; adelante, para dar sutileza a unos días que están por asomarse.

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