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Preludio interior
Sólo es abrir los ojos para ver y cerrarlos para soñar, volver sobre los propios pasos, contar el aire, el pan, las flores.
Domingo, 4 de Febrero de 2018

Algo así como la lluvia cuando disuelve las huellas, o las campanas cuando suenan en el corazón como ecos de esperanza, o como el viento que borra las tormentas que sacuden el alma, como todo eso, son las alternativas de azul que se dan apenas franquea uno la puerta de las ilusiones.

De manera que sólo es abrir los ojos para ver y cerrarlos para soñar, volver sobre los propios pasos, contar el aire, el pan, las flores, las notas de piano, la primavera inmensa que tiene uno, a diario, sumida mansamente en los primeros pensamientos, en preludios de coros de ángeles que cantan la música que trae la estabilidad y la calma, para permitir que la grandeza se erija en conciertos que se tañen en la intimidad.

Es el lado amable del destino, con un sentido de alegría que se desgrana con aliento de brisa matinal, con gotas de emoción que se cultivan en torrentes de sueños que sacuden todo lo malo, penetran en el infinito como el agua del rocío en la tierra o el vapor que oxigena la bondad del universo. 

(Y uno muchas veces lo deja de lado, o lo cambia por vanidades). 

Llega cuando menos se le espera, provisto de lejanía, que es una especie de aroma de tarde que se adhiere al tiempo en su viaje desde la nostalgia, o de risa de las nubes: aroma y risa, se confunden con la naturaleza que decora el horizonte, con nombres bonitos, espuma, cascada, matas, pájaros, en fin, que surgen de esa hermosa espera interior que debe acompañarnos, que nos permite añorar con humildad la procesión sonora de momentos vibrantes que pasean y se dejan  atrapar sólo cuando se pisan los pesares, o se lavan, y se corta la brisa con la mirada para adivinar la ruta de la felicidad.

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