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Por quién doblan las campanas
Anverso y reverso.
Jueves, 7 de Julio de 2022

Hemingway volviera a nacer y a escribir sus famosas novelas, seguramente cambiaría el título de su Por quién doblan las campanas, por otro más real en este momento. Resulta que ahora no doblan las campanas. Y no doblan, porque en las iglesias modernas no hay campanas. Los templos de hoy no tienen torres. Y si hay torres, no tienen campanarios. Y si les hacen campanarios no les cuelgan campanas.

Los curas actuales prefieren potentes equipos de sonido, con parlantes o cornetas que divulgan su voz, sus cantatas y sus peroratas, en lugar del sonido metálico y monótono de las campanas, que pasaron al olvido como tantas otras cosas de la iglesia.

El Concilio Vaticano II mandó al descanso eterno las sotanas de los curas, el latín de las misas, los púlpitos de los sermones, los confesonarios de contar vergüenzas pecaminosas, las tonsuras de las cabezas sacerdotales, el amito y el cíngulo de los ornamentos y el breviario de  las vísperas y maitines.

Pero no me distraigan. Yo quiero hablar  de las campanas. Fui acólito y campanero en el pueblo de mi  infancia: Por eso sé lo que digo. Las campanas tienen su propio lenguaje. Son alegres, bulliciosas y cantarinas en navidad y año nuevo. Son tristes en los entierros. Y hasta saben callar en Semana Santa.

Invitaban al ángelus, llamaban a misa y tocaban plegaria en los incendios. La gente obedecía los mandatos de las campanas. Para la misa eran tres toques: el primero, el segundo y el deje: Deje lo que está haciendo porque el cura ya empezó.

Pero como dije, eso se acabó. Después de aquel Concilio, hasta las imágenes de los santos se acabaron. San Alejo fue a dar al cuarto de san Alejo; a san Antonio lo mandaron a buscar cosas perdidas; a san Juan le dijeron que volviera cuando agachara el dedo, y a san José lo mandaron a serruchar muebles viejos. Y nuestra fe empezó a tambalear. Pero no. Volvieron las imágenes, la fe se mantiene intacta y ojalá vuelvan las campanas a tocar repiques de alboradas y a doblar en tiempos de desgracias.

Siendo reales, la crisis de las campanas no fue sólo en las iglesias. En los colegios, donde una campana anunciaba los recreos y la hora de la algarabía, ahora escucho música de tatucos, de la moderna, dicen. Y los muchachos salen al descanso moviendo la cabeza a ritmo de peroles, como los muñequitos que ponen en el espejo de los taxis. El cambio de clase, la entrada y la salida, se hacían cuando la campana sonaba. Si el campanero se dormía, la clase se prolongaba.

El carro del aseo anunciaba su cercanía en la calle, con una campana. Las señoras corrían a la cocina a sacar la caneca de basuras. “Corra, escóndase, que ahí viene el camión de la basura”, decían los mamadores de gallo, que nunca faltan.

Si la sirena se le dañaba al carro de bomberos, éste se abría paso con campanadas de urgencia entre los demás vehículos. A veces apagaban incendios.

El carro que distribuye bombonas de gas iba por las calles haciendo sonar una campanita bulliciosa, desde las seis de la mañana. Su madrazo se llevaba el repartidor de gas, que despertaba dormilones, pero la campanita no se daba por aludida y seguía su alegre recorrido.

Tal vez la única campanita que sigue recorriendo tarde a tarde las vecindades de los niños, es la de los carritos de paletas. Los niños corren, aunque sucede a veces que todo es “puro tilín, tilín, y nada de helados”. 

gusgomar@hotmail.com

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