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¿Por qué es mejor que gane el sí?
Es cierto que luego del reintegro de las Farc a la vida civil, Colombia seguirá siendo muy semejante a lo que hoy vemos, con sus problemas y lacras.
Sábado, 3 de Septiembre de 2016

El acuerdo final suscrito entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc es fundamentalmente positivo, de lejos y principalmente, para el futuro de los colombianos, que así disfrutaremos de por lo menos dos cambios de gran importancia que nadie puede negar.

El primero, las armas de las Farc les serán entregadas, con plazos cortos, acordados y conocidos, a los representantes del Consejo de Seguridad de la ONU –las principales potencias militares del mundo–, para que estos procedan a inventariarlas y destruirlas. Y el segundo, más importante aún –porque las armas no se disparan solas, solo se usan si hay la voluntad de hacerlo–, que las Farc renuncian a su decisión equivocada de medio siglo de hacer política a bala y se someten al imperio de la Constitución y las leyes de la República.

Tampoco es menor la importancia política de un pacto que en la práctica concluye que la existencia de un régimen económica, social y políticamente inicuo, como el de antes y el ahora, no explica ni justifica de manera automática buscar cambiarlo con las armas en la mano. Afortunadamente para los colombianos, la vida confirmó que Clausewitz tenía razón cuando dijo que la guerra constituye una decisión política, la cual, en circunstancias iguales, puede tomarse o no y también puede cambiarse, como en efecto está sucediendo.

Hasta aquí, los que a mi juicio son argumentos suficientes para votar Sí en el plebiscito del 2 de octubre. ¿Qué decir de las críticas a los acuerdos?

Es cierto que luego del reintegro de las Farc a la vida civil, Colombia seguirá siendo muy semejante a lo que hoy vemos, con sus problemas y lacras de todos los tipos. Tan parecida será que continuarán gobernando Santos y la Unidad Nacional con sus políticas retardatarias. Pero de esta verdad, que no apunta a rechazar el acuerdo del proceso de paz, no puede deducirse que sea mejor que continúe una lucha armada que nada positivo le ha producido al país. Y en cambio sí puede probarse que el fin de la confrontación bélica mejorará las condiciones para que avancen las luchas democráticas sociales y políticas, capaces, esas sí, de lograr las transformaciones que el país necesita.

Y con relación a los aspectos que no se compartan de los acuerdos de La Habana, si estos se comparan con las indiscutibles ganancias de ponerle fin a esta violencia, hay que concluir que es mejor desarmar a las Farc que no desarmarlas. Hizo falta, por ejemplo, que estas reconocieran como un grave error de siempre el alzamiento armado y que, en consecuencia, le pidieran perdón a la Nación como un todo.

Tampoco acierta la forma como se diseñó su llegada al Congreso –cuya presencia no objeto– y que por razones del umbral amenaza con sacar de la Cámara y del Senado al Polo y a otras fuerzas que nos hemos opuesto, dentro de la legalidad y sin mermelada, a un régimen inicuo. Pero que quede claro que estas anotaciones no revocan la certeza de que lo que más nos conviene a todos los colombianos es que el Sí gane el plebiscito.

Además de ser mejor desmovilizar inmediatamente a las Farc que no hacerlo, el triunfo del No puede llevar a situaciones bastante más negativas de lo que afirman sus promotores. Si gana el No, dicen, las Farc seguirán sin usar sus fusiles, se les impondrá con rapidez un acuerdo “mejor”, se firmará una nueva paz y sanseacabó.

¿Y si eso no sucede? Porque también puede ocurrir que la enorme e indeseable incertidumbre que se generaría termine en que el llamado acuerdo “mejor” no logre darse y en que el país regrese a situaciones que el pacto suscrito nos da la certeza de que no se repetirán.

Con mucha frecuencia, lo que se considera mejor es enemigo de lo bueno. Cómo resulta hoy de cierto que más vale pájaro en mano que ciento volando.

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