Todo lo que pase por el Congreso de Colombia, se contagia. Es como un axioma de colombianidad, de nuestra pertenencia. El Congreso es considerada la institución más corrupta del Estado, que según el DANE lo es en un 46,3%, seguido por el Gobierno Nacional en un 47,7%, y por la Rama Judicial en un 34,9%. Una propuesta elemental de las reformas a los organismos de control, pues implica alejarlos de esa tripleta maldita. Es el compromiso del Señor Presidente electo.
El Congreso condiciona la corrupción desde la elección del contralor general de la República, pues lo hace reunido en pleno y por mayoría absoluta, en un ejercicio giratorio, de una lista de legibles que le elabora la terna, institución judicial que ostenta un 34,9 % de corrupción,como dijimos anteriormente.
En otros términos, la autocomplacencia total, uno por la Corte Constitucional, otro por la Corte Suprema de Justicia, otro por el Consejo de Estado.
El Congreso condiciona la corrupción desde la elección del procurador general de la Nación, puesto que a pesar de que la terna es elaborada y presentada por un candidato del presidente de la República, otro por la Corte Suprema de Justicia y otro por el Consejo de Estado, es el Senado de la República quien escoge y el grado de percepción de la corrupción allí estriba en un 64% según el semanario Portafolio/19.
¿Dónde y cuándo, y cómo se debe colocar el cascabel al gato de la corrupción?
Pues lo elemental es aceptar que existe una cadena, con eslabones fuertes, que habría que desarticular. Y el eslabón más fuerte es el Congreso de la República. Mientras no se aísle, es imposible erradicar la corrupción.
El Congreso tiene precio, y el primer precio se causa en la promesa de devolución de favores con los magistrados de las Altas Cortes, que intervienen en todas las escogencias de manera directa o indirecta y que imponen la cuota burocrática o la contractual, como retribución. En otros términos: ¡Es la coima maestra! Al decir del coronel Plazas Vega.
El señor presidente Gustavo Petro Urrego quiere colocarle el cascabel al gato, y todos a una, como en fuente ovejuna deseamos que lo logre. Suprimirla o integrarla a la Fiscalía General, es una operación de mucha reflexión y debemos oírnos todos, si queremos erradicar el mayor mal: la corrupción.
Hay que salir del cascarón, del simplismo disciplinario con los funcionarios públicos y el sector privado que se atan lo público en todas sus formas, colocándole dientes a la vigilancia preventiva, y dándole la agilidad en tiempo real para parar y suspender todo asomo de flagrancia corrupta.
Los controles y la calidad son la fortaleza de la función pública, absolutamente inseparables.
Adenda: “Yo no divido la política entre izquierdas derechas”, Gustavo Petro U.