Ha pasado mucha agua bajo el puente electoral, que deja fluir y filtrar corrientes no necesariamente democráticas en cualquiera de las dos orillas. América latina no ha sido la excepción. Caído el muro de Berlín y con el derrumbe de la Unión Soviética, los movimientos revolucionarios se fueron a tierra incluido el sandinismo vecino.
Solo Cuba permanecía. Nadie imaginaba que nuestros países iban a ser gobernados en una marejada que se vino de izquierdistas en la segunda década del siglo XXI, con tantas variables dogmáticas como autoritarias, pero con vestido electoral, y ello, en la práctica es otro cuento.
Hoy con el cuento de las minorías al poder, que se logra con la división de las mayorías por el medio electoral. Más o menos, como el juego de Petro y el inefable Roy Barreras que se columpia de pacto en pacto y de felonía en felonía para dividir.
Nuestra generación latinoamericana se debatió entre dogmatismos, que se conocieron y fueron el alimento político en estos lares. Entonces con tintes de secta y confesionalismos de ideologías.
Por ejemplo, la izquierda y sus dos líneas sin reconciliaciones de 1963. Una, la de Moscú y otra la revisionista de Pekín, división que trasladada a Colombia originaron las guerrillas, conceptualmente tan distintivas las Farc y el Eln, o las otras disidencias chiquitas y la nueva violencia, más grave por el terrorismo y por lo sofisticada.
Hasta que apareció Paulo Freire y desde el Brasil, tiró línea nueva a la izquierda y derogó las viejas pedagogías de los santones del marxismo-leninismo de los 60s a 70s. Pero sugirió una línea más peligrosa que las anteriores, porque pasó de todos los medios de lucha al disfraz electoral, con fines de perpetuidad. Y aquí todo vale para perpetuarse en el poder con tan cómodo disfraz.
Así fue llegando la desfanatización, con las igualdades, entre esas la de género que las feministas exageraron, y definitivamente el respeto por todas las diferencias de los seres humanos y adiós a la estigmatización y a las discriminaciones y al autoritarismo. La izquierda dejó de ser solo proletaria. Como ahora que involucran a los pobres, los indígenas y los transexuales.
Y así, tenemos el Socialismo del Siglo XXI que nos anuncia Petro, con tantos caramelos, dulces y ácidos, amargos e insípidos con túnica electoral.
Como en Ecuador que ayer 15 de mayo, amaneció incendiado por los socialistas contra el gobierno centrista de Lasso.
Y toda es cantata socialista no encuadra en Colombia tan apegada a la propiedad privada, al secreto sagrado del ahorro personal, a las tradiciones familiares y a las comunales y a una fe ciega de religiones y de ideologías.
Como el enfoque de Petro no cuadra con nuestra manera de ser, cucuteño y nortesantandereano: piénsenlo bien ante de votar.
Adenda: Entre los 25 puntos del revisionismo chino que los llevó a ser la mayor potencia comercial del mundo, está la restauración de la propiedad como cualquier Estado burgués e imperialista.