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Pásenla por inocentes
Hace poco nos anunciaron la apertura de los puentes con Venezuela: Inocentada. Estamos en campaña electoral y seguimos escuchando promesas: Inocentadas. Los de la revocatoria dicen que cambiando al alcalde, la ciudad mejora: Inocentada.
Martes, 28 de Diciembre de 2021

Me invitó una amiga a su casa, hace ya varios años, para darme un detalle de fin de año.  Como me gustan los detalles, acudí solícito. “Más cumplido que novia fea”. Era un 28 de diciembre.  

Me recibió como debe ser: sonrisa ancha, abrazo apretujado (no había pandemia) y beso de cachete. Mi amiga estaba sola. Pasados los acostumbrados saludos, y después de hablar sobre el clima y cómo pasaste la navidad y qué te trajo el niño Dios, vino la pegunta de rigor: ¿Qué te provoca? Quise decirle que un aguardiente doble para ir entrando en calor, pero me contuve y le pedí  un cafecito negro, bien cargado y sin azúcar.  

Me trajo un tinto doble en pocillo grande, como decía alguna publicidad cafetera. Los ojos de mi amiga iban del pocillo a mi cara y de mi cara al pocillo. Estaba pendiente de mí, y eso me agradó.  Me tomé un sorbo grande, y al momento las náuseas fueron tan intensas que tuve que salir corriendo en busca del baño. El supuesto café era un brebaje de hierbas amargas, de color oscuro y con sal. Un vomitivo, como decían los abuelos. Cuando regresé, supe que mi amiga no estaba sola: Su mamá, una tía y unas primas hicieron coro para decirme en su tonito burlón: ¡Pásela por inocente!

No les menté la madre porque soy un hombre decente, aunque ganas no me faltaron. Hice de tripas corazón y simulé una sonrisa, pero rechacé el verdadero tinto que las féminas se apresuraron a ofrecerme. ¡La dignidad no se negocia! En pocos minutos di por terminada la visita, como si nada. Ya en la puerta, una de las primas redondeó la faena: Lo esperamos el año entrante para otro tinto. Aún conservo en los oídos la estruendosa carcajada con que celebraron la despedida. 

Pero en juego largo hay desquite. Duré todo un año rumiando mi manera de vengarme. Al año siguiente, el Día de los inocentes, contraté un domiciliario que le llevara  una entrega sin que dijera el remitente. Envolví en una caja preciosa de regalo una rana, de las que abundan en los pantanos. Lo recibió mi amiga que, emocionada, aún en presencia del domiciliario, rasgó el papel y rompió la caja. El animalejo, al ver la ventana de la libertad, le saltó al cuello. Casi la inocentada resulta una tragedia, porque la chica despavorida, cayó al suelo, casi desmayada. Alcohol en la nariz y en la frente, y unos sorbos de agua, la devolvieron al mundo de los vivos. 

Cuando el domiciliario me contó lo sucedido, lancé al aire un suspiro de felicidad y fue cuando disfruté del dulce sabor de la venganza. Tal vez mi amiga nunca supo quién le había hecho la inocentada.  O tal vez sí. Debió suponerlo, porque el pasado no perdona. 

En realidad, no he podido entender por qué esa singular manera de conmemorar la matanza del rey Herodes a los niños inocentes de Judea. Sin embargo, para bien o para mal, la costumbre se ha ido perdiendo. Hoy casi nadie hace “pegas”. Sólo algunos periódicos escriben alguna noticia mentirosa, cuyo texto termina en “pásenla por inocentes”.

Las inocentadas de ahora son más reales, y no necesariamente el Día de los inocentes. Hace poco nos anunciaron la apertura de los puentes con Venezuela: Inocentada. Estamos en campaña electoral y seguimos escuchando promesas: Inocentadas. Los de la revocatoria dicen que cambiando al alcalde, la ciudad mejora: Inocentada. Las gorditas dicen: En enero empiezo la dieta: Autoinocentada. Esta misma columna puede ser una inocentada. Feliz día de inocentes.

gusgomar@hotmail.com
 

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