Nadie se explica las razones por las cuales la violencia se ha ensañado contra Convención y lo peor de todo es que la racha de amenazas y asesinatos no se detiene.
“La tierra con olor a caña y café”, ostenta el triste récord de ser el municipio de Colombia que sufrió el asesinato del primer alcalde elegido popularmente, Ramiro García, y la muerte violenta de otros dos mandatarios, Carlos Emilio Picón León y David Solano Carpio.
A la tenebrosa lista hay que sumarle el nombre del candidato a la Alcaldía, Yurgen Pallares, y muchas personas del común, entre ellas comerciantes y campesinos.
El hermoso paisaje, las bellas mujeres y el donaire de sus personas no fueron suficientes para que el nostálgico pueblo fuera conocido o promocionado en el ámbito nacional, solo bastó la primera toma cruenta por parte del Eln en la década de los setenta y la segunda al finalizar el siglo pasado.
La estela de crímenes y terror no ha cesado y ahor
a se ha incrementado con la aparición de otros grupos al margen de la ley que están boleteando, amenazando y matando a los comerciantes que se resisten o que realmente no pueden cumplir con las exigencias económicas.
La alegría de los jóvenes estudiantes y el encanto de las jovencitas que salían al parque o a la plazuela a exhibir sus hermosas figuras, o a departir en las heladerías o bailar en las discotecas, ya es cuestión del pasado o de la apacible historia convencionista.
El silencio, los murmullos y el miedo se han apoderado de sus infortunados habitantes y los escenarios que otrora propiciaron encuentros amorosos, hoy representan el drama del olvido y la desesperación, las empinadas calles son desérticas cuando las sombras de la noche se aproximan.
Muchas familias reconocidas abandonaron su tierra natal y se dispensaron en el resto del departamento o país, huyendo de la zozobra y la incertidumbre, otras están vendiendo sus casas, negocios y campos para huir y proteger sus vidas.
Como si los convencionistas fueran responsables de su suerte, los jóvenes que se desplazan a Ocaña, Cúcuta, Pamplona, Bucaramanga, u otras ciudades en busca de la educación superior, sus documentos de identidad se convierten en una absurda prueba para que la policía o el ejército los ´satanice´.
Se presentan casos en que los asustados muchachos, quisieran borrar de sus cédulas el nombre de Convención, como lugar de origen, porque las requisas se incrementan y se llega al extremo de que les revisan hasta los zapatos y les pregunten que dónde dejaron las armas.
En las mismas universidades, se ven obligados a cambiar el nombre de su patria chica, para evitar chistes morbosos o hasta ofensivos.
Que pecado habrán cometidos los habitantes del municipio que heredó su nombre de la malograda Convención de Ocaña, donde de forma triste e infortunada empezó a truncarse o esfumarse el sueño del libertador Simón Bolívar de ver unido al continente americano.
Las casas o parcelas ubicadas en la cabecera o en la zona rural se están vendiendo a precios muy bajos porque sus moradores, que tienen enterrados a sus padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, por encima del arraigo y la nostalgia de la patria chica, quieren poner a salvo a sus familias.
Con la seguidilla de muertes violentas y el hostigamiento sicológico contra los jóvenes estudiantes que se preparan académicamente en el departamento o cualquier ciudad de Colombia hay que buscar otros horizontes donde el nombre de Convención no se convierta en un karma y se sufran las consecuencias de un conflicto que los sigue persiguiendo a los convencionistas. Hasta cuándo expresaremos: ¿otra vez Convención?.