Padre Diego Jaramillo, mandamás del Minuto de Dios, salud.
Después de escuchar su improvisación en el Banquete del Millón 61, llego a la conclusión de que Dios no es imparcial. O mejor, se parcializa a favor de los eudistas, incluido el Padre García-Herreros, su gurú y antecesor, cucuteño ilustre.
Lo digo porque su memoria es infalible como los últimos tres papas juntos. En su intervención, sin un papel en la mano, lo recordó todo: Nombres, fechas, lugares, y eso a su edad, 89 abriles, son palabras mayores.
Inclusive, evocó la iniciación en radio del programa El Minuto de Dios. Eso sucedió en Cartagena en los años cincuenta cuando el Siervo de Dios, García Herreros, andaba por esos pagos tirando línea religiosa.
Usted contó plata delante de los pobres con su derroche de memoria que me hizo recordar la de Funes, el personaje del escéptico Borges.
No trastabilló un segundo, y eso también nos provoca “pesar del bien ajeno”, trino con el que el padre Astete definió la envidia, pecadillo de menor cuantía.
Lo envidié también, y conmigo los colombianos que hemos sobrevivido a la pandemia, porque se hizo rodear de las más bellas de la parroquia todavía con el sol de Cartagena encima. Espero que no me excomulgará si digo que Dios le da pan al que no tiene dientes…
Hasta un buen chiste desgranó cuando dijo que aparte de vino y pan regalado por las panaderías del Minuto, el que quisiera algo más, podía pedir agua.
No estuve ausente del todo en el banquete. En la persona de don Arturo Calle, uno de los platudos que tuvo asiento en la mesa principal, me hice presente. Lo digo porque muchas de mis pintas son compradas en los almacenes de don ”Arthur Street” como le decimos. En las cuatro casas que regaló, está la platica que le he dejado por los chiros que me vende.
Además, los Calle, por tradición, ”somos” generosos. Aquí donde me ve, padre Diego, soy Calle por mi abuela materna, Amalia Calle Botero, de Jericó. Ella era tan generosa que en su casa de Santa Bárbara los pobres caían entre semana y nunca se iban con las manos vacías. En diciembre, les daba aguinaldo bien carnudo, en billete.
Le recuerdo que a mi abuela le “vi” el primer milagro, mucho antes que su paisana, la madre Laura. El milagro es este: Cualquier día, ella oyó en la radio que el mundo se iba a acabar. “Recemos para que no se acabe”, ordenó mamá Amalita, y el mundo ha seguido dándose contra las paredes.
No le quito más tiempo para que empiece a organizar el banquete número 62.
Y como dice el papa jesuita que nos tira línea, no se olvide de “pregare per me…”