La democracia, la libertad económica y el estado social derecho se han conjugado desde finales del siglo XX para lograr que, en medio del más importante avance tecnológico, más seres humanos, más familias, accedan a niveles de vida dignos. Nunca la humanidad había mejorado tanto sus indicadores sociales, sin que quiera esto decir que se han logrado solucionar asuntos cruciales como la gran desigualdad de personas, regiones y países. Dicho esto, hasta principios del año 2020, teníamos la más amplia proporción en nuestra historia, de la llamada clase media, concepto que cubre a las personas y familias que tienen acceso a bienes públicos y a ingresos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas de manera digna. Es igualmente la clase media, y su crecimiento o reducción, la que guía el consumo y por ende interviene en el proceso de crecimiento o no de los países. Es la clase media motor de la participación ciudadana, de las elecciones, de la protesta, del reclamo, de la reivindicación, del cambio, de la modernización; lo ha sido de la revolución, cuando aparecen líderes populistas, ideologizados y sobre todo extremos y de buena labia, en medio de debilidad institucional del estado. Y sobre todo, es esa masa media la que permanentemente está advirtiendo a los gobiernos: “Ojo que no permitiré que mi familia ni yo regresemos a la pobreza”.
En este siglo, mil doscientos millones de personas subieron al nicho virtuoso de la dignidad. Ochocientos millones aún no lo logran. En Colombia, la pobreza en 2012 cubría a 41 de cada 100 colombianos. En 2018, esa cifra había bajado a 34 pobres por cada cien habitantes. Relativamente, la clase media pasó de 57 ciudadanos por cada 100, a 63 en el mismo tiempo. El camino estaba trazado; la institucionalidad parecía funcionar; el consumo hacía crecer la inversión para producir más y el empleo se mantuvo en un dígito. ¿Qué pasó en 2019? Pues subió un punto la pobreza, de 34 a 35%; ese punto porcentual proviene del descenso de personas de clase media vulnerable, a pobres. Esa sola noticia debió prender las alarmas del sistema. No estábamos en pandemia; no había cuarentenas, ni cierres; no había un millón de infectados del virus, ni más de treinta mil muertos por su causa.
Ahora, con la COVID, las perspectivas son mucho peores: si los que regresaron a la pobreza fueron quinientos mil el año pasado, sin pandemia, los que posiblemente se devuelvan a la pobreza, este año, serán tres millones de colombianos! Las poblaciones de Medellín y Barranquilla combinadas; equivaldría a perder el logro de cuatro años de mejoría en la lucha por la dignidad y contra la pobreza, que tan exitosamente se había adelantado en las dos décadas pasadas, con especial suceso en la administración Santos. Y podría seguir empeorando durante dos o tres años más, si no se hace nada adicional. El desempleo que ya había cerrado en diciembre del año pasado al alza pero por debajo del 10%, se disparó ahora al 17%, y tardará en regresar a niveles como los del 2018.
Ese es el problema: el COVID escondió con su manto masivo, terrible y global, un deterioro social que ya se venía dando desde el año pasado y al cual no se le dio la trascendencia necesaria.
Descaecimiento social en el 2019, sumado a deterioro pandémico grave en el 2020, son una mezcla inflamable de cara a la estabilidad de nuestra democracia y de nuestra economía en los años venideros. En lo que resta del gobierno Duque, la liquidez a las empresas para mantener el empleo debe seguir fluyendo sin limitación; y los subsidios directos a los más pobres y vulnerables seguir llegando periódicamente, hasta que estos indicadores muestren alguna mejoría. Quedaron atrás los temores al déficit público, o a la pérdida del grado de inversión. Ahora lo que está por perderse es la democracia, la libertad económica, la integridad como nación y la Paz. Hay que retomar un camino no polarizado de avance social.
(*) Exministro de Defensa