Al escritor José María Vargas Vila, ateo de amarrar en el dedo gordo , lo persiguen los meses de junio, dedicado al Corazón de Jesús, y mayo, mes de la Virgen.
Nació en Bogotá el 23 de junio de 1860; un día como hoy, 24 de junio de 1981, sus restos fueron repatriados de Barcelona; el 25 hubo velada en la Gran Logia bogotana, con destino final el Cementerio Central, aguacero incluido.
“El panfletario terrible e iconoclasta”, murió en la capital catalana el 23 de mayo de 1933. O sea, nació y murió un día 23.
De repatriar los restos de Vargas Vila se encargó una batería de intelectuales encabezado por Jorge Valencia Jaramillo.
El 14 de junio de 1980, el cónsul en Barcelona, Benjamín Montoya, les había hecho a Valencia y a otros acompañantes, incluida su esposa Beatriz Cuberos, un tour por el cementerio católico Las Corts donde dormían los restos del “Divino”.
“El hombre y el espíritu deben ser libres de toda atadura”, se colgó como inri don José, a quien irónicamente le figuró cementerio católico.
El cónsul Montoya depositó claveles rojos en la tumba #7418. La lápida decía: “J. M. Vargas Vila. Nació en Bogotá, murió en Barcelona”.
Valencia Jaramillo decidió que las próximas flores serían depositadas en Colombia. “Murió solo, soltero, desterrado”, escribió el “poeta triste”. Un invitado suyo a Medellín, un tal Borges, había sugerido no leer a Vargas Vila.
Meses antes de su fallecimiento el hombre cuya obra fue prohibida para todo católico, concedió la última entrevista al senador caucano Marcelino Valencia.
Expulsado de la Universidad del Cauca por liberal y masón, Valencia se graduó en la Universidad Nacional gracias a su pariente, el maestro Guillermo Valencia. Lo cuenta su sobrino el abogado penalista Jorge Enrique Valencia en un libro de memorias “que no se vende”.
Decepcionado de Colombia, su tío Marcelino, jurista destacado y expresidente del senado, se fue a morir a Europa a los 98 años. Pero antes hizo escala en casa de Vargas Vila.
Don José María concedió la entrevista que le había solicitado a través de una exquisita esquela que envidiaría Carreño, el de la Urbanidad: “Barcelona, 25 de febrero de 1932. Muy agradecido a su deseo, tengo mucho placer en recibir a usted, en esta su casa, calle de Salmerón, número 183, mañana viernes, de 4 a 6 p.m. De usted atto s.s., J. M. Vargas Vila”.
El mismo dueño de casa le abrió la puerta. Sorprendido por la recepción, el entrevistador le preguntó si era Vargas Vila: “Sí, soy yo. Me ve usted viejo pero no gastado”.
También le confesó: “Colombia no tiene nada que darme y yo nada tengo que pedirle… Tengo 72 años de edad, y coincidencia rara, 75 son mis libros. Tal vez ya no publique más…”. Eran las seis en punto de la tarde.