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Murió una ilusión, la pandemia no transformó el mundo
A medida que la pandemia se mantiene viva y coleando, se vuelve más confuso descifrar el futuro que nos espera.
Sábado, 21 de Agosto de 2021

Lo primero, es que se ha desperdiciado la gran oportunidad de que estos tiempos únicos hayan servido como escuela de solidaridad humana, donde con mi comportamiento no solo protejo mi vida y la de los míos, sino la de mis prójimos a quienes no conozco, y con los cuales me une la condición común de seres vivientes, y por consiguiente, mortales. Pero la realidad ha sido otra, pues unos negando el peligro junto con el egoísmo de otros que solo piensan en su bienestar, aunque con ello pongan en peligro vidas de terceros, son lo contrario de la solidaridad. Parece que la mentalidad imperante, moldeada y alimentada con décadas de un individualismo egoísta, ahoga cualquier esbozo de lo colectivo, aún ante la amenaza de muerte.

Y si este comportamiento no varió, poco se puede esperar de otras modificaciones que debían fundamentarse en ese cambio. De entrada, la necesidad de adelantar una reforma profunda del Estado, para lo cual se retomarían con las necesarias actualizaciones, análisis y planteamientos de John Maynard Keynes, que fueron definitivos para la superación creativa de la crisis de los treinta, dando origen a “los treinta años gloriosos” de la postguerra, caracterizados por crecimientos económicos sostenidos, que a pesar de su mala distribución entre países, regiones y clases sociales, redujo significativamente los niveles de pobreza en el mundo. Pero de eso poco se volvió a hablar, limitándose los cambios en la acción estatal a cuantiosos desembolsos de recursos públicos.

Los niveles de concentración económica, de posibilidades y calidad de vida a escala nacional e internacional se agudizaron, que con anterioridad al Covid alcanzaban ya niveles que rompían los requerimientos básicos de una economía sólida y sostenible en lo social, ambiental y económico, debilitando los fundamentos mismos de democracias crecientemente vulnerables a los discursos populistas de derecha e izquierda, generalmente afectos a gobiernos autoritarios, cuando no francamente totalitarios.

Las debilidades y amenazas presentes en el nivel nacional se vieron acrecentadas en el ámbito internacional por razones semejantes: egoísmo nacional e insolidaridad en una lógica de “sálvese quien pueda”, donde se impone el poder del dinero y no el llamado de humanidad y vida que reclama la universalidad de la pandemia, y que además, como en los comportamientos nacionales, desoye la voz de la ciencia que clama por una estrategia ecuménica, universal si se quiere, como única manera de controlar un peligro que llegó para quedarse. Lo anterior, a nivel de comportamientos individuales se agrava por la resistencia de muchos a vacunarse, por razones religiosas, políticas o de simple ignorancia. Y todo ello, coronado por la crisis de la gobernabilidad e institucionalidad mundial, totalmente desnudada por la pandemia, donde el caso más patético e ilustrativo es el de la Organización Mundial de la Salud.

Como cereza, coronando este pastel de crisis, está ya no el cambio climático, sino la tragedia climática, que dejó de ser una amenaza en un futuro más o menos cercano y se convirtió en lo que el secretario de la ONU denomina “una alerta roja para la humanidad”. Según lo plantea el último informe del Panel Internacional de Expertos, en una década habremos superado el punto de no retorno. En el futuro inmediato, nos esperan cada vez con mayor frecuencia e intensidad, fenómenos meteorológicos y climáticos extremos como los que ya estamos viviendo, cuando se están rompiendo todos los records de temperaturas máximas, de inundaciones e incendios forestales inéditos hasta hace poco.

No todo está perdido, pero requiere una decisión universal y radical, para la cual, no parece haber condiciones en un mundo que está sumido en la completa inconciencia y decadencia semejante a la que acompaño la caída del Imperio Romano. Acá más que un imperio, lo que está en peligro es la continuidad de la vida, no solo la humana.

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