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Mujeres Leídas
Tienen música callada, contenida, aérea, como luz líquida en labios apretados.
Viernes, 11 de Marzo de 2016

Un periodista me pide una reflexión sobre las mujeres en su día. Pero es que yo no sé nada de ellas, salvo que me gustan.

Las flacas, las gordas, las bajitas, las de pelo largo y las de pelo corto.

Las negras y las amarillas, incluso las blancas. Y las bonitas, claro, pero también las feas. Pero no porque sean bonitas o feas, sino porque tienen voz.

Es decir, me gusta la musiquita que pronuncian para envolver cada sílaba.

Porque es como un “aire suave de pausados vuelos”, para decirlo con Darío. ¿Y las que no hablan?

Tienen música callada, contenida, aérea, como luz líquida en labios apretados.

Me gustan todas, incluso si son de mi familia, como aquella prima de la infancia, que apodaba Floralba, porque había un verso de Quevedo que yo le recitaba a gritos:

¡Ay Floralba, soñé que te gozaba!

Y la perseguía por un patio lleno de gallinas, cerdos, piscos y patos. Y mi madre, que en ese entonces militaba en el catolicismo, me puso a leer la Biblia para exorcizar al pequeño demonio que se veía venir.

Pero la cosa empeoró porque abrí al azar el Cantar de los Cantares y encontré que decía:

“Tu ombligo es como una taza redonda que no le falta bebida”

“Tu vientre como un montón de trigo cercado de lirios”

“Tus pechos como gemelos de gacela”.

Y entonces ya no volví a ser el mismo. Me olvidé de Floralba y comencé a crecer. Y a leer, claro.

De la Sulamita de Salomón pasé a Sor Juan Inés de la Cruz y sus amores ardientes. Y luego a Helena, de Homero, y al idilio sentimental de María, de Isaac, y Amalia, pero no la de la novela de José Mármol, si no Amalia Vergara, la de la canción (“Ay Amalia Vergaraaaa yo soy  tu mariiido”).

Y a Emma Bovary y sus amores frustrados. Me gustó mucho la Casada Infiel, de García Lorca, pero no porque fuera infiel, sino porque le gustaba ir al río “sucia de besos y arena”.

Y Matilde, de Rojo y Negro. Y muchas de García Márquez: desde la Cándida Eréndira, con sus “teticas de perra”, hasta Pilar Ternera con sus axilas que olían a humo.

Y Nena Daconte con sus “ojos de pájaro feliz”.

Pero de todas las mujeres que he conocido, reales o ficticias, la que más me ha conmovido es aquella que, en una novela de Milán Kundera, ve que el pelotón de fusilamiento va a ejecutar a su esposo y a su hijito de 4 años.

Le dice el verdugo que ella solo puede salvar una vida.

Y la mujer, sin pensarlo, se abre paso entre los soldados y abraza al pequeño.

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