Mi primer lagrimón existencial se lo debo al ciclismo. El sectario piernipeludo que roncaba en mí se negaba a aceptar que un ciclista de otra parroquia pasara por mi sitio de observación primero que “Hoyos, Mesa, Gil, Pintado o el Gallo de la Montaña”.
O antes que Roberto Cano Ramírez, el “Sastre” de Envigado, u Honorio “Míster” Rúa, a quien sesenta años después le coroné una selfi al término de la reposada tertulia musical que lidera en el Salón Málaga, a años luz de la incomodidad del sillín de su bicicleta.
Ese llanto mío de infancia lo vi clonado, sin crédito alguno, por Leo Messi, el día que convirtió su rostro en un Niágara de lágrimas, mocos y pucheros al anunciar que ponía fin a las paellas por cuenta del Barcelona para continuar su andadura detrás del gol en los parises de la Francia.
Cuando don Ramón Hoyos pasaba retrasado por la casa de mis abuelos en Santa Bárbara, camino del Alto de Minas, me provocaba empujarlo. Deseos me daban de ocupar el puesto de ángel de la guarda asignado a Reynaldo de Jota Medina, quien se quitaba el agua de su sed para dársela a su capo de filas.
Desde mi exclusivo sitio de voyerista veía a los ciclistas como punticos remotos que se iban convirtiendo en personas. Lo mismo sucede en películas del oeste en las que los punticos se convierten en pistoleros a caballo como los malandros de “La hora señalada” con Gary Cooper y Grace Kelly, bella de día y de noche.
Por Santa Bárbara vi pasar veloces como los potros de Rivera a dos campeones mundiales, Coppi y Koblet, que participaban en una doble a La Pintada. Pasaron raudos hacia el Cauca Río pero regresaron en carro, fundidos, abanicándose, posiblemente llenos de mangos para llevar a Europa. Nada de medírsele al imposible retorno a Minas.
Los de Hoyos eran tiempos de monólogos en bicicleta porque no dejaba nada pa los pobres, como esos amigotes de los años mozos que enamoraban a las bellas y nos dejaban encartados con las feas.
Monólogos que se repiten en el ciclismo mundial desde que el esloveno Pogacar irrumpió en la escena engulléndose dos tours de Francia seguidos. Tampoco está dejando nada pa los pobres del pelotón. En la vuelta a España que se ve venir, se las tendrá que ver con Egan Bernal, el hombre del país de la sal, Zipaquirá.
De paso, me nutriré de los comentarios de mi doble tocayo Óscar Retrepo Pérez, “Trapito”, mi compañero de pupitre en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Antioquia. Desde sus días de estudiante, Óscar trabaja, trabaja y trabaja. Nada de sentarse a ver pasar el tiempo. No vino a hacerse el manicure.
Como consumado voyerista del ciclismo, estoy listo para gozarme la ronda ibérica. Ya compré las crispetas…
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en http://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion