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Columnistas
Monólogo a consciencia
La miseria humana tiene su origen en la falta de consciencia.
Lunes, 3 de Agosto de 2015

A veces creo que es bueno que la consciencia haya dejado de ser aquella figura religiosa y filosófica, para convertirse en algo más dúctil; otras veces, cuando soy más maduro, creo que no.

Pero, de todos modos, concluyo que es la voz que trae el eco de las cosas del alma, que se hace presente en la subjetividad para asomarse a la realidad del ser humano.

Porque nuestro interior es como una caja de resonancia, aunque no queramos o lo evadamos, algo que no es espontáneo si no gira en torno de la valoración de nuestra propia conducta.

Se ha hecho más moderna, la consciencia, o civilizada, dicen los pensadores modernos, y sus niveles dependen ahora del propio sujeto: es uno quien decide, o mejor, justifica sus actos y no deja que las normas de la sociedad y la religión se conviertan en puntos de referencia o límites.

De sus comienzos morales, pasó a estar completamente en manos de la condición de utilidad que se le pueda dar, sin someterse a los largos procesos de meditación que se requerían para dignificar la existencia.

Se masificó, como todo; en su evolución (?) dejó en reversa los postulados nobles y bonitos, aprendidos en los instantes de familia o en los recreos escolares, en los principios rectos o en la urbanidad: en fin, cedió su espacio y su tiempo a las mediciones utilitaristas.

Pero tendrá que devolverse, buscar el camino de retorno al pensamiento, retomar la moral sin exageraciones pero adaptarla a su vida, otra vez, orientarse hacia la reverencia de las cosas universales y entender, de una vez por todas, que es más que una convencional manera de vivir.

La miseria humana tiene su origen en la falta de consciencia, en la duda irreverente que se cohonesta cuando el mal ejercicio de la intimidad se convierte en una tenebrosa sombra que lesiona nuestra verdadera personalidad, o la encubre con el disfraz de la modernidad. Entonces la consciencia se esconde, muy triste, se sienta como un trasto viejo en los repliegues del alma: allí sólo encuentra la posibilidad de conversar con la nostalgia y monologar con ella misma. ¿No vale la pena intentar su rescate?

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