Debería haber un artículo en la Constitución Política de Colombia que impida que las momias hablen. Las momias no tienen nada que decir: abren sus fauces mohosas de telarañas, y el hedor que expelen es inmundo.
Hablo, por supuesto, de una momia colombiana.
Porque una momia egipcia, pongamos por caso, la del faraón Tutankamón (que no fue tan importante como el gran Ramsés), tiene el prestigio de llevar tres mil años vigente en los renglones de la historia.
Las momias colombianas, pongamos por caso, Andrés Pastrana, hablan cada cuatro años y siempre en épocas de campaña, y lo que sale de su fauces es el hedor del hombre que lleva tres mil años sin cepillarse los dientes.
Las tumbas de las momias egipcias son saqueadas porque allí hay tesoros de valor incalculables que se subastan en la casa Sotheby´s de Londres. ¿En qué rincón del planeta podrá vivir alguien interesado en leer las memorias de Pastrana?: la momia más insignificante que compone este reguero de momias que son los expresidentes colombianos.
Porque Pastrana no fue precisamente un líder, ni un estadista, ni un visionario. Fue simplemente un hombrecillo que se ganó la Presidencia de la República en un billete de lotería que le vendió Manuel Marulanda Vélez, alias Tirofijo. Porque hay que recordar que fue Tirofijo el que eligió a Pastrana de presidente en el 98. Precisamente por eso, Pastrana le devolvió el favor concediéndole a la guerrilla de las Farc un área desmilitarizada de 96.302 kilómetros cuadrados que incluyen los municipios de La Macarena, Mesetas, Uribe y Vista Hermosa (Meta), así como San Vicente del Caguán (Caquetá). Tirofijo no acudió a la cita de los acuerdos de paz porque conocía muy bien la frivolidad de Pastrana. Al cabo de los meses, los colombianos supimos que Andrés Pastrana había conformado un comité para que hiciera lobby en Oslo y así lograr que le dieran el Premio Nobel de la Paz.
Otra momia, Álvaro Uribe, también buscaba el Nobel de la Paz, como lo demuestra el hecho de que durante su gobierno adelantó conversaciones secretas con la guerrilla de las Farc en las que les ofrecía acuerdos muy generosos: curules en el Congreso (el hábitat natural de las momias), eliminar la extradición, cese al fuego bilateral y hasta una Constituyente.
Ninguno de esto faraones momificados de Colombia ha dejado una obra imponente como el Partenón, de Atenas, o la pirámide de Keops, en la meseta de Giza. Por el contrario, Pastrana dejó 300.000 desplazados y un sometimiento vergonzoso al Fondo Monetario y a los Estados Unidos. Uribe nos deja los falsos positivos y dos delfines multimillonarios que ya están siendo investigados por la justicia.
Cuenta la historia que Tutankamón era un muchachito frívolo sin ninguna grandeza frente a, digamos, Akenatón. Pero frívolo y todo, jamás intentó destruir el mundo antiguo por algo tan superficial como un Premio Nobel. Lo que no aprenden las momias colombianas.