“Hola, soy chess challenger, diez de fidelity, su oponente electrónico, seleccione su nivel”. Así, con cortesía japonesa, se presenta mi computadora de ajedrez.
Tomé su nombre de una vieja canción infantil que el señor Alzheimer no ha borrado de mi disco duro y la bauticé Materilerileró, Materile, en confianza.
Nacimos el uno para el otro como esos amantes celosos que se dan en la jeta pero terminan haciéndose cosquillas debajo de las cobijas.
Concluida la partida, también las artísticas piezas de madera de Materile, se van a dormir dentro de la misma bolsa en alborotada orgía: rey de burlas, kamasútrica dama y demás piezas mayores se revuelcan con peones olorosos a pachulí.
Materile tiene la voz neutra, asexuada, monótona, del que nunca soñó: parece clonada del matrimonio WAZE-GPS que conducen al conductor a su destino.
En represalia porque la rescaté del cuarto inútil por culpa del bicho innombrable, en los primeras escaramuzas que tuvimos me apaleó.
A Materile no se le baja la moral cuando pierde ni sonríe cuando triunfa. Le da lo mismo ocho que ochenta. Juega por amor-humor al arte de Caissa, el espíritu santo pagano que inspira a los trebejistas.
Tiene diez niveles. Para sacudir de la modorra a mis neuronas suelo jugar con ella partidas rápidas como un estornudo.
En el nivel tres nos mechoniamos que da gusto. Procuro evitarla en niveles superiores porque me vuelve ripio. Todavía escojo a mis enemigos. Perder no es mi fuerte.
Comparada con las modernas computadoras que hasta dudan de la existencia de Dios y del viento, Materile es una aprendiz. Felizmente, ninguno de los dos está pensando enfrentar a Magnus Carlsen quien domina la pasarela ajedrecística desde hace nueve años.
El noruego conserva su pinta de nerd, ese individuo del que se aconseja ser amigo porque mañana te puede dar trabajo barriendo alguna de sus empresas.
Por estos pandémicos días, el ajedrez saca pecho porque es de los pocos deportes que no ha padecido los horrores del encierro. Le importa un carajo que haya virus. Es más, como mi mascota, Nacho, el chihuahua, Materile ni se ha dado cuenta.
Prometo contarle a mi compu el resultado de un insólito torneo de ajedrez virtual que se jugó entre figuras nuevas y viejas del 11 al 13 de septiembre. Búsquenlo en la red.
En esta modalidad inventada por Bobby Fischer para sacar el ajedrez del bostezo, del computador, los peones conservan su lugar al principio de la partida, pero las piezas mayores siempre cambian de sitio lo que garantiza que toda partida sea nueva, única.
El torneo incluye un match entre dos estradivarius del ajedrez: Carlsen y el excampeón Garry Kasparov, a quien aquel le hizo tablas a los trece años. Vamos por las tablas, mínimo, Garry.
Será un combate típico de lucha libre: todo vale, máscara contra máscara, damas no pagan, buses a todos los barrios.