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Más allá de una agonía
Domingo, 29 de Marzo de 2015

Getsemaní, en el Monte de Los Olivos, como cualquier huerto, se siembra en la paz de sus raíces y tiene un mágico testimonio de recogimiento: la sombra de Jesús, su aroma y aquellas nostalgias propias de los sitios en donde el espíritu adquiere dimensiones de eternidad y se asoma a la bondad en la hermosura de la penumbra.

La imagen de Jesús, en agonía, entregado a su condición humana de fragilidad, ansioso de hallar, en la fuerza espiritual de la oración, aquella noción altruista que lo hiciera valorar ese sacrificio, inmenso, de soportar las penurias de una misión, se convierte en la más pura nobleza redentora.

Y es el  modelo para generar emoción mística en cada uno de nosotros, para alabar ese ejemplo y asociarlo con la humanidad que sufre, como él, una agobiante angustia, con la diferencia de que Jesús no es culpable y tiene la generosa virtud de recibir la miseria de todos nosotros para clavarla,  luego, en una cruz y ofrecerse él como conciliación con Dios.

A Jesús le ocurre, como a nosotros los humanos, que hace el bien y sale a deber; por algo debe incorporar a su vida las pobrezas de la condición mortal, aprenderlas, superarlas y enseñarnos, con la docilidad de su oración, a acogerse a la misericordia de Dios para ir hacia el tiempo con la esperanza inscrita en un sueño de amor.

Amamos su rostro en sufrimiento, porque de la ternura y la noción original del bien que emana de él, de la inspiración suprema en la divinidad y de esa especie de instante seductor que proyecta por el aire, por el sonido y por las huellas de los pájaros, se desprende un esplendoroso camino que conduce a lo celeste.

Allá, a lo lejos, están los que se fueron antes, los que conforman en torno a Dios un cortejo santo de espíritus que trascendieron, que pasaron por la línea del horizonte y disfrutan ahora de ese sacrificio que empezó en el Monte de Los Olivos, cuando el tiempo comenzó a ganarle la partida al mundo y a enseñarle, al ser humano, que las cosas fundamentales suceden mientras se aquilata en el alma la historia de los actos, y de las personas, después de depurar la debilidad terrenal y convencerlo de que todo está por suceder, en el futuro.

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