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Lucca, mi nieto
Creo que los nietos son una señal más de la vejez, como las canas y la calvicie. Y ese hecho causa una sensación de nostalgia, al saber que se fue la juventud, que ya nos van a decir abuelitos o nonos, y que yo también tuve 20 años.
Martes, 28 de Septiembre de 2021

Lo primero que hizo mi mujer fue romper en llanto cuando nuestra hija, Diana, nos llamó una mañana, desde Bogotá, para decirnos que estaba embarazada. Yo no entendí si lloraba de alegría, de emoción o de tristeza. O tal vez de nostalgia porque la niña, la reina, la consentida, ya no era una niña, sino una mamá como ella. 

Creo que los nietos son una señal más de la vejez, como las canas y la calvicie. Y ese hecho causa una sensación de nostalgia, de pesar, de terronera, al saber que se fue la juventud, que ya nos van a decir abuelitos o nonos, y que yo también tuve 20 años.

Aquel cuento de que “yo no soy viejo, lo que pasa es que tengo más experiencia y la que envejece es la cédula”, apenas sirve para darnos contentillo. Viejo es viejo, y los nietos se encargan de recordárnoslo.

Lo segundo que hizo mi mujer, en medio de las lágrimas, fue empezar la sarta de consejos, que nunca terminarían, a lo largo de los nueve meses: Reinita, no use ropa apretada, no coma nada que le haga daño al bebé, no vuelva a montar en bicicleta, no se estrese,  no y no y no. Dicen que todas las abuelitas o nonas son lo mismo.  

Yo no lloré ni le di consejos a mi hija. En cambio me fui derecho a buscar el almanaque de la Cabaña, el almanaque Brístol y la Biblia. Me preocupaba el nombre que llevaría mi nieto. Hice una larga lista de nombres de varones y de mujeres, pues aún no se sabía el sexo de la criatura que acababa de ser concebida: Abraham, Melquisedec, María del Carmen, Abigaíl, Eustorgio, Eduviges, Pedro José…

Le aconsejé a mi hija que hiciera la prueba de recoger algo del suelo, para saber si el bebé sería hembra o varón. Si la mamá se acurruca, será niña, pero si no dobla las zancas, es varón. Parece que no me hizo caso. De todas maneras yo elaboré mi lista, la que obviamente comenzaba con nuestros nombres por aquello de querer perpetuarnos aunque sea en el nombre de los hijos y los nietos, la única herencia que se les puede dejar.

-Se llamará Lucca –dijeron los papás, sin que les temblara la voz, cuando el radiólogo les dijo que el infante  tenía bolitas. Lucca, un nombre italiano, hijo de un rolo y una motiloncita. Los padres se mantuvieron firmes en su decisión, de modo que mañana, Lucca Avellaneda Gómez,  cumplirá un año.

Han sido trescientos sesenta y cinco días de mucha alegría y de intensa felicidad. El carajito se ríe por todo y eso nos alegra la jornada de cada día. No pide teta con lloros, sino con sonrisas. Parece decir buenos días al despertarse y buena noche al acostarse con una mirada de azul cielo y de cariño. La mamá acorta distancias y bloquea celulares de tanta foto que reenvía. Y el día que no manda fotos, la mamá la regaña.

Cuando le salió el primer diente a Lucca, lo celebramos con merienda de pizza (comida italiana por el nombre). Y cuando empezó a gatear, los tíos se tiraron al piso a recordar cómo se gateaba.

Cuando le cantamos “cumpleaños feliz”, Lucca aplaude, y cuando le cantamos “los pollitos dicen pío, pío, pío”, se queda callado, meditando. Es un niño de ciudad: No conoce los pollitos.

Aún no dice nono, ni nona. Cuando lo diga, quemaremos pólvora, comeremos raviolis y las redes sociales no darán abasto a retransmitir tan gloriosas palabras. Nada volverá a ser como antes de Lucca. 

gusgomar@hotmail.com

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