Colombia ha sido un país bendecido por la naturaleza en lo que hace referencia a la abundancia de fuentes hídricas que existen en la mayoría de las zonas del territorio nacional.
Tal vez por eso es que los colombianos hemos crecido, generación tras generación, en medio de una cultura ausente de respeto hacia el agua. Nos ha sobrado el precioso líquido y no hemos hallado la necesidad de desarrollar instrumentos que permitan un buen uso de ese recurso vital.
La realidad nos indica que los ríos y quebradas del país son hoy vertederos de toda clase de residuos y desechos, y esos causes que deberían ser fuentes de vida, se han convertido en auténticas alcantarillas putrefactas y nauseabundas, que generan toda clase de problemas ambientales y sanitarios.
El río Magdalena es el resumen de todo este panorama desolador y perturbante: millones de toneladas de basuras y residuos tóxicos circulan por sus aguas, hasta ser arrojadas al mar en el espectáculo mas deprimente y lamentable de contaminación y porquería.
Y ese río, que es la arteria de la patria, recoge lo que le depositan miles de afluentes que a lo largo de la geografía, desembocan en esa arteria madre.
Por estos días se ha anunciado la puesta en marcha de la recuperación de uno de esos afluentes: el río Bogotá, en donde se invertirán $2.4 billones en su recuperación, permitiendo que en el futuro esa pestilencia de hoy, pueda ser el cause de una corriente de agua pura al servicio de la comunidad circundante.
Ese plan, debe convertirse en el propósito de todos los alcaldes y concejales del país, que deben dar inicio a la estructuración de un programa serio que recupere sus ríos y quebradas. Si no existe el propósito de recuperar las fuentes de vida que tienen las regiones de Colombia, pronto estaremos en medio de la mas honda crisis ambiental, con un clima cada vez mas loco e incomprensible que genera desastres y cobra vidas.
Un gobernante, o cualquier servidor público, que no sea consiente de esa enorme responsabilidad que tiene, no merece estar a la cabeza de una comunidad. A su vez, una comunidad que no esté en capacidad de exigir a sus gobernantes las acciones concretas frente a los factores fundamentales que afectan su vida cotidiana, estará convertida en cómplice desvergonzada de una tragedia sin precedentes.