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Los Peñarandas
Por estos lares, un apellido muy común, que lo hay en todos los pueblos, son los Peñaranda.
Jueves, 13 de Abril de 2023

Hay apellidos que se riegan por todas partes como la mala hierba. El mío, por ejemplo. Uno encuentra Gómez hasta en la sopa. Y para que se mueran de la envidia les daré un dato: la Virgen María era de apellido Gómez. De ahí viene mi cercanía con el cielo. Después les cuento en detalle. En La Playa de Belén abundan los Claro, y parece que todos son primos. Se llaman parientes, para no equivocarse.

Por estos lares, un apellido muy común, que lo hay en todos los pueblos, son los Peñaranda. El médico Helí Peñaranda, pamplonés, historiador y estudioso de su genealogía, se puso en la tarea de investigar gente con su apellido. Buscó hasta debajo de las piedras y publicó un libro muy bien documentado. Pero permítanme, yo le cedo hoy la palabra al eminente escritor Carlos Luis Ibáñez Torres, quien dice sobre dicho libro:

Leer “Mil abuelos Peñaranda”, libro escrito y editado por el médico pamplonés Helí Peñaranda Vermeire, es hacer que florezca en la memoria, allá, en su más sensible espacio, un sentimiento evocador, lleno de ese multicolor tono que traen las historias desde la llegada de don Baltazar, pasando por la conquista del Peralonso y su Valle, hasta el recorrido que, por histórico, por singular y por nuestro, ha fundado ese orgullo de llevar en la sangre el apellido.

Escribir sobre nuestros antepasados no es sencillo, tampoco es propio de la tradición literaria, porque hacerlo requiere poseer el hilo de la imaginación conectado al ovillo de la realidad, investigar aquí y allá para no cometer las exageraciones propias de la ficción, que invade por la emoción, la imaginación de quienes escriben.

El  lenguaje con que se narra el origen y la evolución de esta “raza”, tiene ese sabor a café, a platanal, ha ganado, a río y a tradición, a estancia, a cosecha, a voz de mujer mezcla de azahar, ternura y decisión, es humor propio, es conocer el Santoral porque para cada hijo hubo un santo, y para cada paisaje tropical un sueño donde fundar una familia importante  y numerosa como los frutos de la tierra que hicieron suya a golpe de voluntad y de tesón.

Cada personaje propone, para quien así lo admita, una línea bien aristócrata, o bien popular, pero en ninguno de los dos casos, deja sin ubicar en cualquiera de los bandos a sus descendientes. Todos los lectores, seguramente hemos visto dibujados en palabras, los movimientos del barco que trajo a América eso genes revestidos en la figura del noble hispano, o del buscador de fortunas, o del simple aventurero.

Particularmente volví a la infancia, y en doña Ninfa Rosa reviví a mi abuela materna, vestida de flores en la mañana, sonrisa frugal al medio día y paz en los atardeceres.

El trópico de los treintaicinco grados bajo las palmeras, allá en las casonas de la Sardinata de antaño, gobernadas por esos “Peñarandas”, inmortales señores, se encendió de nuevo en mi recuerdo y, como un sol iluminó mi memoria que me trajo al espejo de estos días mi infancia, cuando desde los páramos de Cácota, mi madre, en visita a sus hermanos y parientes, me regaló toda la luz que la vio venir al mundo, allá en la finca El Congreso, o en las  estancias del Guayabo, o sencillamente en las historias del tío Pepe o del tío Jesús María.

Los genes Peñaranda tienen esa particular nostalgia de la evocación de ultramar, ese sentido práctico de la vida, el humor a flor de palabra y la altiva costumbre de conquistar sueños anclados aún a un puerto que navega.

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