Para fortuna de la comunidad educativa de la ciudad, son muy pocos los supuestos formadores de niños y jóvenes que se dedican a exigir prebendas, por muy simples que sean, pero de todas maneras existen, y ellos denigran de una de las actividades más sagradas y serias de la humanidad: la educación.
No piden dinero, pero sí empanadas, tortas, postres y hasta USBs (memorias), para que los estudiantes aprueben determinada asignatura. La triste y repudiable práctica se dio varias veces y con distintos protagonistas, hasta en la Universidad.
Una docente, no por convicción sino por accidente, que venía de la capital de la República, como si hubiese llegado a la selva, trataba a sus alumnos de una manera despectiva, y les solicitaba que le llevaran para su desayuno empanadas de carne y pizzas, no obstante que presumía ser vegetariana.
Las muchachas y muchachos de esa época, como niños juiciosos, cumplían con las penitencias sin chistar, porque para ellos lo más importantes era aprobar la materia. Solo hasta ahora revelan semejante atropello, con rabia e impotencia, por no contar con el valor necesario para denunciarla ante las directivas de la Institución.
Y lo peor del caso de la extraña profesora es que se las daba de liberal , amante del arte, además de humanista. Para dicha del estudiantado, ella regresó a Bogotá y no se volvió a saber de su suerte.
Como si no fuera suficiente con ese abuso, otra docente universitaria cambiaba calificaciones por meriendas y USBs, con el siguiente agravante: al iniciar sus clases, se deleitaba con exponer su vanidad… narraba las “proezas” de sus hijos, los electrodomésticos obtenidos para su hogar, las características del carro último modelo, recién comprado y hasta contaba los billetes que abundaban en su cartera.
De acuerdo con el relato de varios estudiantes afectados, para un examen final, les exigió que cada uno le llevara a su residencia una USB (memoria). La cola de alumnos frente a la casa era bien larga y debieron esperar varias horas hasta que llegara la “despistada” docente.
Increíble que semejantes situaciones se hubiesen presentado y que las víctimas no las denunciaran, por miedo a perder la asignatura.
Casos similares se dan en algunos centro educativos de la ciudad: hay profesores que tienen fotocopiadoras particulares y que les ordenan a sus estudiantes un número exagerado de fotocopias y por encima de los precios autorizados. Otros cargan cantidades de alimentos previamente preparados en las casas de los alumnos, dizque para realizar algunas tareas en las aulas y sin ningún tipo de rubor, con las mirada sorprendidas de sus compañeros , los depositan en el portabaúl de sus carros.
¿Qué ocurrirá con los progenitores de los colegiales que no exponen ni denuncian los abusos cometidos contra sus hijos? ¿Será que las coordinaciones o rectorías no se enteran de semejantes hechos tan bochornosos y repudiables?
Sin buscar explicaciones profundas sobre las causas del comportamiento delictivo de algunos educadores, es fácil entender que ellos difícilmente recibieron fundamentación pedagógica en las antiguas normales, y que se vieron obligados a desempeñar un oficio remunerado, sin ninguna convicción o vocación.
Para bien de la comunidad educativa ocañera, ellos son muy pocos, e imposible que se les pueda decir maestros, porque ellos no saben ni les interesa… “la mejor educación es el buen ejemplo”, ellos son simplemente, “educadores” pedigüeños.