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Columnistas
Los educadores pedigüeños
Son muy pocos los supuestos formadores de niños y jóvenes.
Miércoles, 30 de Agosto de 2017

Para fortuna de  la  comunidad educativa de la  ciudad, son muy  pocos los supuestos formadores de niños y jóvenes que  se  dedican a exigir prebendas,  por muy simples  que sean, pero de  todas  maneras existen, y  ellos denigran de  una  de  las  actividades más sagradas y  serias de  la  humanidad: la  educación.

No piden dinero,  pero sí empanadas, tortas, postres y hasta USBs (memorias), para  que  los estudiantes aprueben  determinada  asignatura. La triste y  repudiable práctica se dio varias  veces y  con  distintos protagonistas, hasta en  la Universidad.

Una docente,  no por  convicción sino  por accidente, que  venía  de la capital de  la  República, como si  hubiese  llegado a la  selva, trataba  a  sus  alumnos de una  manera despectiva, y les  solicitaba que  le  llevaran  para su  desayuno empanadas  de  carne y  pizzas,  no  obstante  que presumía   ser  vegetariana.

Las  muchachas y  muchachos de esa época, como niños juiciosos,  cumplían con las  penitencias sin chistar,  porque  para  ellos lo  más  importantes  era aprobar la  materia. Solo  hasta  ahora revelan semejante atropello, con rabia  e  impotencia,  por  no  contar  con  el  valor  necesario para denunciarla ante las  directivas  de  la  Institución.

Y lo  peor  del  caso  de  la  extraña  profesora  es  que  se las  daba de liberal , amante  del arte, además  de humanista. Para  dicha  del  estudiantado, ella  regresó  a Bogotá y  no  se  volvió a  saber  de su  suerte.

Como  si  no  fuera  suficiente con  ese  abuso,  otra  docente universitaria  cambiaba calificaciones  por  meriendas y USBs, con  el  siguiente  agravante: al  iniciar  sus  clases,  se  deleitaba con exponer  su  vanidad… narraba las “proezas”  de sus hijos, los electrodomésticos obtenidos  para  su  hogar,  las  características del carro último modelo,  recién comprado y  hasta  contaba los billetes que  abundaban  en  su cartera.

De acuerdo con el  relato  de  varios  estudiantes  afectados, para  un examen  final, les  exigió que cada uno   le llevara  a  su  residencia una USB (memoria). La  cola de alumnos frente a  la  casa era bien  larga y debieron  esperar varias  horas  hasta que  llegara la “despistada” docente.

Increíble que semejantes situaciones  se  hubiesen presentado y que las  víctimas no las  denunciaran, por  miedo  a  perder  la  asignatura.

Casos similares se dan en  algunos centro educativos  de  la  ciudad: hay  profesores que  tienen fotocopiadoras particulares y que  les  ordenan  a  sus estudiantes  un  número exagerado  de  fotocopias y por  encima  de  los  precios autorizados. Otros cargan cantidades de alimentos previamente preparados  en  las  casas de  los  alumnos, dizque para  realizar algunas  tareas  en  las  aulas y sin ningún tipo  de  rubor, con  las  mirada sorprendidas de  sus  compañeros , los depositan en  el  portabaúl de sus  carros.

¿Qué ocurrirá con los  progenitores  de los colegiales  que no exponen  ni denuncian los  abusos cometidos  contra sus  hijos? ¿Será que las  coordinaciones o  rectorías no  se  enteran  de semejantes  hechos  tan  bochornosos y  repudiables?

Sin buscar explicaciones profundas sobre las  causas del  comportamiento delictivo de  algunos educadores,  es  fácil entender que ellos difícilmente recibieron fundamentación pedagógica en  las  antiguas  normales,  y que se vieron obligados a desempeñar un  oficio   remunerado,  sin  ninguna  convicción o vocación.

Para bien de la comunidad educativa ocañera, ellos son muy pocos, e imposible que se les pueda decir maestros, porque ellos no saben ni  les  interesa… “la mejor  educación es  el  buen  ejemplo”, ellos son simplemente, “educadores” pedigüeños.                 

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