La mejor noticia que recibimos los seguidores del vallenato costumbrista este año fue la que produjo la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, (Unesco), al declarar a la música vallenata como patrimonio inmaterial y cultural de la humanidad.
Más allá del trascendental reconocimiento, sobresale el compromiso que deberá contraer el Ministerio de Cultura, para proteger a la auténtica música vernácula del exagerado consumismo, como diría el expresidente de Uruguay, Pepe Mujica.
Si el ente cultural deberá asumir la salvaguardia del vallenato, las directivas de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, en cabeza de su presidente, no sé si vitalicio, Rodolfo Molina Araujo, hijo de ‘La cacica’ Consuelo Araujo Noguera, tendrán el gran reto de proteger el legendario género musical del modernismo, evidenciado en el vallenato de la nueva ola, con los cambios introducidos en los aires tradicionales y las controvertidas fusiones impuestas por las casas discográficas, en pos de la internacionalización y por supuesto que de la exagerada comercialización.
La realización del Festival de la Leyenda Vallenata se ha convertido en un gran estímulo para los autores, compositores, acordeoneros, cantantes, cajeros y guacharaqueros, pero falta que le dediquen más interés a las canciones inéditas que se presentan a consideración de los jurados de turno cada año, para que ellas no solo se escuchen en la afamada competencia musical, y que después mueran, porque a las casas discográficas no les interesa grabarlas, porque supuestamente ese “producto” no lo consumen los jóvenes, ni se promociona en las emisoras.
En el lanzamiento del festival en la ciudad, hace unos tres años, le planteamos al señor Molina Araujo la posibilidad de que la fundación financiara la grabación de un disco con las mejores canciones de cada evento, no con fines económicos sino divulgatorios, distribuyéndolos en las casas de la cultura del país, lo mismo que en las emisoras institucionales y hasta comunitarias, pero sus respuestas fueron evasivas, aduciendo carencia de recursos monetarios, como si la realización de los certámenes internacionales no le dejara grandes ganancias.
Mientras que el ministerio del ramo y la propia fundación no se propongan perpetuar las canciones que se presentan en cada festival, en el plano discográfico, es prácticamente imposible que surjan y se preserven nuevos paseos, sones, merengues y puyas, que le canten al paisaje, a los animales, a las faenas agropecuarias, a los seres queridos, y hasta que emitan mensajes contestatarios, como bien lo hicieron Guillermo Buitrago, Rafael Escalona, Leandro Díaz, Armando Zabaleta, Tobías Enrique Pumarejo, Adriano Salas, Andrés Landero, Emiliano Zuleta, Luis Enrique Martínez Calixto Ochoa, Lorenzo Morales, entre tantos juglares.
Con tanta tecnología que hay actualmente en el ramo de la electrónica, ¿será muy difícil que la fundación pudiese montar sus propios estudios de grabación, como lo han hecho algunos particulares, para no depender de las empresas nacionales o multinacionales, contando con los recursos que se puedan derivar de la telefonía celular, y de los que generan anualmente los festivales?
Si a los cantautores, o acordeoneros citados anteriormente, les tocó llevarse a la tumba solo los reconocimientos postreros , a los de ahora y los que vengan, deberán estimularlos para que sigan “produciendo” vallenato costumbrista, sentimental, protesta y romántico, por encima de las exigencias de las disqueras.