Hace unos días, el Consejero Presidencial para las Regiones resaltó a Montería como modelo en atención de la COVID-19, y sorprende también el manejo de la pandemia en Bucaramanga, otra ciudad con cifras realmente ejemplares.
¿Cuál es la diferencia entre Montería y Bucaramanga con Bogotá?, y no me refiero a la evidente del tamaño, sino a la de “estilo gerencial” para enfrentar los problemas y convocar a la ciudadanía, para que Bucaramanga tenga -cuando escribo- 9,5 contagiados por cada 100.000 habitantes frente a 81 del país; un solo fallecimiento y un solo caso ocupando cama hospitalaria.
Cómo hizo el alcalde de Montería para convertir, en menos de treinta días, un coliseo en hospital de campaña de primer nivel, que el comisionado Hoyos calificó como “una obra de altísima calidad tecnológica”.
Es planeación estratégica, asertividad, trabajo en equipo y empatía con sus gobernados; es el “liderazgo empático” de sus alcaldes, frente al “liderazgo antipático” de la alcaldesa bogotana; burgomaestres que prefieren convencer antes que regañar, que entienden que la situación exige discreción y método, “menos bulla y más trabajo”; que prefieren un bajo perfil mediático sin aspavientos, opuesto al protagonismo excesivo, mas no para informar y educar, sino para contradecir con altisonancia y señalar responsabilidades evadiendo las propias, con ese mismo tonito sobrador de su ex amigo Petro.
A Claudia nada que venga del Gobierno le gusta. Si el presidente toma decisiones nacionales de orden público, como le compete, es autoritario y desconoce la autonomía local, pero si delega decisiones locales en gobernantes locales, como debe ser, se está bañando las manos. Si el Gobierno dice reactivación inteligente, ella entiende lanzar ciudadanos a las calles. En mayo asustó a los bogotanos con ser culpables de la muerte de sus madres, y en junio advierte que el “Día sin IVA y del padre son doble riesgo de que se dispare el contagio”.
Claro que son un riesgo, que ella debe controlar como alcalde y jefe de policía, pero la solución no es su absurda posición inicial de confinamiento hasta que haya vacuna, mientras ella regaña por doquier, hasta a sus colaboradores, cuando lo que debe es “convencer” y, si es necesario, ejercer su autoridad con firmeza y serenidad.
¿Cuál es la diferencia? Que mientras los alcaldes de Montería y Bucaramanga se aplican a sus responsabilidades, Claudia no se baja del “bus de campaña” y parece más preocupada en forjarse esa imagen de líder vociferante que le funciona a la izquierda populista, de la que hace parte esta “lideresa” vestida de “centro” para llegar a la alcaldía, y ahora, con su liderazgo antipático, ¿a dónde querrá llegar?
N.B. Todos soñamos con el abrazo tras la pandemia; un sueño que las disidencias asesinas les arrebataron a seis jóvenes militares. Paz en sus tumbas.