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Lección universal del desorden
No podemos explicar muchos fenómenos, pero sí interpretar que la esencia de la naturaleza es la bondad.
Domingo, 31 de Enero de 2016

La entropía es un concepto difícil de entender: es la ley del desorden universal (?), contraria a la del orden absoluto que suponemos. Desde lo infinito grande hasta lo infinito pequeño, las dimensiones de los pobres mortales son –demasiado- escasas para asimilar esa enigmática y ambivalente estructura cósmica.

A pesar de haber logrado incomparables avances científicos, no podemos explicar muchos fenómenos, pero sí interpretar que la esencia de la naturaleza es la bondad, y que posee una perfección maravillosa, aunque a veces sus demostraciones de fuerza la hagan ver despiadada, porque el brillo del mal opaca al bien; su plenitud se esconde en espera de momentos apropiados para demostrar la inmensa sabiduría que contiene: es tan organizada que tiene una doble versión de sus leyes porque es, a la vez, fin y medio, en un modelo repetitivo de creación.

Entonces el ejercicio es imaginar lo que no se ve, para acercarse a la comprensión de sus misterios: uno no ve el viento, por ejemplo, pero sabe que está ahí, en el espacio y en el tiempo, y que los árboles con su movimiento le marcan la ruta; y no ve la música, pero la siente en su alma cuando sus notas se confunden con las emociones; no ve la fragancia de las flores, pero se entera de su esencia cuando goza de su aroma; en fin, no ve lo significativo que impacta su interior.  

Todas esas cosas bonitas equilibran la supuesta maldad de la entropía, pero se hallan en formas abstractas, algo así como colgadas de la trama del tiempo, proyectadas en la tierra con magia para retarnos, a los insensatos, a asomarnos un poco a su misterio.  

Son como unos esquemas nuevos que hay que conformar, para entrar en el mundo y adivinar el eterno presente que el tiempo puede ofrecer: eso sí, con un molde de romanticismo y espiritualidad en todo.

No sirve de nada batallar contra lo incierto del universo, es más prudente aprender a ser sumisos ante su omnipotencia porque, si así se hace, el propio universo abre ventanas para llegar a él.

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