El martes 13 de Julio de 1965 a las 2 y 10 de la tarde, fecha y hora en que murió Laureano Eleuterio Gómez, ‘El hombre Tempestad’; en Gramalote ya se daba el enfrentamiento entre los seguidores del caudillo y los lentejos conservadores que lideraba el párroco por la colocación en el parque de una estatua en su memoria.
La prensa nacional hizo crónicas de esa ridícula reyerta “goda”, en contraposición al fervor con que se erigió el busto del dirigente en el corazón de Montería, la ciudad más liberal del Caribe colombiano, que le dio el nombre de Laureano Gómez al parque entre la Catedral de San Jerónimo y la Gobernación de Córdoba.
Tantos apodos admirativos le dieron al caudillo, que al del Hombre Tempestad, le agregaron l del “Monstruo” por su elocuencia arrolladora y moralista, contra la corrupción de aquellos tiempos, o “el Basilisco”, el líder de la pura doctrina conservadora, que ponía distancias entre el “oro puro” su sector político y “la escoria” el símbolo que daba a sus adversarios dentro del partido conservador.
Alberto Dangond Uribe, su secretario privado durante casi ocho lustros le sirvió y lo retrató “tal cual”, en su libro Laureano, con la donosura propia de un historiador de muchas campanillas, como fue el erudito escritor costeño.
Su salud se comenzó a deteriorar en 1951, con ocasión de un sincope cardíaco que lo llevó a retirarse temporalmente de la presidencia de la República y dejarla en manos del primer designado, el doctor Roberto Urdaneta Arbeláez. No olvidar que el Primer designado si hubiese querido serlo era Gilberto Alzate Avendaño, que inexplicablemente teniendo la mayoría de la votación en el Congreso, resignó su postulación en un acto de soberbia y de nobleza. Todos los historiadores concuerdan, que con Alzate Avendaño y su talante nacionalista no habría sucedido el golpe de Estado de Rojas Pinilla, que el viraje político de Colombia habría sido progresista e igualitario. Y el Presidente Gómez, no habría retornado dejando un vacío de poder.
Laureano Eleuterio Gómez Castro, surgió en la clase política colombiana por su verbo poderoso e incisivo, teatral y convincente que conmocionó el escenario nacional. Sus ideas férreas y católicas a ultranza, su partido político moldeado por sus propias manos, fueron su peaña aun en las mayores contradicciones. Partícipe y creador del Frente Nacional, cuyos efectos aun discutimos para bien o para mal, fueron de su ingenio y del líder liberal Alberto Lleras Camargo.
Genio y figura hasta la sepultura, Laureano Eleuterio que jamás dio su brazo a torcer, ordenó: Que su cadáver nunca fuera expuesto en cámara ardiente en el Capitolio, su hábitat natural durante cincuenta años, que no enviaran flores a su entierro. Así lo describió Alberto Dangond Uribe. Hace 50 años murió Laureano Eleuterio.
Juan Manuel, Juan Carlos, Ciro y Wilmer, nuestros congresistas conservadores, deben reivindicar la memoria de Laureano Gómez y devolverlo a Gramalote revivido, rescatándolo del indignante parquecito de Los Naranjos.