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Laura bonita
Había atrasado su partida, manteniéndose en el silencio y la lentitud mental.
Domingo, 10 de Enero de 2016

Laura tenía todo bonito y ella lo sabía. En alguno de sus últimos años de consciencia me mostró una esplendorosa foto en blanco y negro de cuando tenía dieciocho años: muy en ella, me dijo. “¿Yo era muy linda, verdad mijo?”. Le contesté que no había cambiado y le pedí que me regalara la foto; con una picardía maravillosa me prometió que algún día.

Y tenía una letra bonita, con cursos delineados por la elegancia y la certeza de que lo que contenían era, también, bello. En las dedicatorias de los libros que me dio observo aun, frecuentemente, la delicadeza de sus trazos.

Y tenía una voz bonita, como un arrullo suave que se desprendía de su corazón hasta condensar en su garganta una música de notas, para hacer de sus palabras una larga huella de ternura.

Y tenía un recuerdo bonito, de todo; gozaba de los impulsos que en su alma reverberaban, para decirle a su pensamiento las bondades de lo que le tocó vivir, o mejor disfrutar, incluso en las penurias: De los Villalobos. De Comentarios. De Doña Solita. Del poeta: yo nunca he escuchado versos más sentidamente declamados que los de Eligio en su voz, en una consonancia absoluta con el amor, la admiración y el profundo respeto que le tenía. De sus amigos. De los honores (le gustaban). De su hijo y de sus nietos. De toda su familia: Manuel Hernando la dejó en las buenas y nobles manos de Betty, para que la cuidara hasta el final, con sus nietos Juan Manuel, Santiago y Laura, siempre alertas a añorar las delicias de una nona bonita. De Sala de Arte, un programa de radio que solía pasar en las vespertinas cucuteñas, conversando con Eligio o comentando cosas de la cultura, tan estrechamente ligada a su deleite.

Laura había atrasado su partida, manteniéndose en el silencio y la lentitud mental, quizá preparando un mensaje bonito para cuando Eligio la recibiera.

(Debo confesar que presintió mi fragilidad desde cuando era yo muy niño. A los siete años fui a “temperar” a su casa de Bogotá, donde vivía con Eligio y Manuel Hernando. Me siento honrado por un artículo que me dedicó años después, hace treinta o cuarenta y que tituló “El niño que miraba las estrellas”).

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