En pleno mes de amor y amistad, cuando las personas deberían contagiarse de los mensajes románticos y delicados, mientras el lunes pasado regresaba de la Universidad luego de dictar algunas clases, abordaron la buseta en que me trasportaba varias estudiantes, al parecer de la Facultad de Ciencias Agrarias y del Ambiente, por los temas que trataban, luego de presentar una evaluación.
Los jóvenes ocuparon la parte trasera del vehículo y se dedicaron a rebelar algunas de sus pilatunas durante un examen, haciendo énfasis en las trampas , o, ´pasteles´ como las denominan los paisas , que incluían los papeles que se introducían las mujeres dentro de sus senos, obviamente con algunas fórmulas químicas o datos complicados.
Los madrazos para los profesores que los sorprendían y sancionaban , lo mismo que para los compañeros que no les ayudaban a responder las preguntas o problemas.
Las carcajadas complementaban las palabras de “grueso calibre”, y por las obscenidades que abundaban en las estudiantes, cualquier desprevenido que viajara en el automotor del servicio urbano, perfectamente podría imaginarse que las pasajeras provendrían de alguno de los burdeles que abundan durante el trayecto.
De acuerdo con el acento de las agitadas universitarias, algunas provenían de la costa Atlántica y otras del interior del país. La procacidad con la que se comunicaban, posiblemente se debía al guayabo o resaca del pasado fin de semana, porque comentaban con un aire libertario, las botellas de aguardiente que habían consumido.
El acto bochornoso que escuché, me obligó a hacer varias reflexiones sobre las transformaciones que ha tenido el comportamiento de las mujeres en la actualidad.
Recordé las vespertinas bailables de mis entonces compañeras de la Normal Francisco Fernández de Contreras: cero licor, palabras dulces y discretas. Comportamiento recto en general.
No quiero censurar la forma como las jovencitas actúan en esta época, pero me parece horrible verlas borrachas, drogadas y hablando estupideces. Pero sus padres perdieron la autoridad y poco se preocupan por saber dónde están y qué hacen.
En varias ocasiones he corregido a las estudiantes que adoptaron la fastidiosa costumbre de tratarse de ´maricas´, quizás como sinónimos de amiga, llave, parce, pana, etc.
De manera paradójica, las futuras profesionales están destruyendo nuestro idioma, usando algunos vocablos, que están muy distantes de las mujeres más humildes y casi que iletradas.
Los profesores que dictan las asignaturas de Comunicación o Expresión escrita u oral, deberían insistirles a sus estudiantes sobre la necesidad del buen uso del Castellano para que no se repitan hechos tan repudiables como el que me tocó presenciar.
Si es lamentable y repudiable escuchar a los muchachos con la jerga que han copiado de otras regiones, y que incluso la han adoptado de algunas series violentas de la televisión privada, lo es peor cuando las palabras obscenas y procaces provienen de jóvenes, que externamente inspiran dulzura y poesía.
Las reivindicaciones que han conquistado las mujeres en el mundo son más que justas y merecidas, pero por favor, no traten de igualarse o confundirse con las actitudes de los machos violentos y chabacanes.