Sí, están de salida. Siguen dando pasos para convertirse en polvo. Nos lo recordó reciente emisión postal en homenaje a seis personajes de variadas disciplinas.
Los “hojimeniados” fueron Cecilia Porras, Fernando González, Alejandro Obregón, Enrique Grau, Manuel Zapata Olivella y Rodrigo Arenas Betancourt.
La emisión a cargo del ministerio de Tecnologías, MinTic, fue lanzada en un acto en la Universidad de Antioquia, cerca de una obra emblemática del ninguneado Arenas Betancourt.
La emisión es una bella pero inútil batalla oficial para impedir que las estampillas se vuelvan periódicos de ayer.
Sus paganas majestades wasap, Twitter, el correo electrónico, Facebook, Instagram, desplazaron las estampillas.
Si, como dicen, Dios se vale de las guerras para enseñar geografía, los sellos son historia resumida en cuadritos.
Cuando Belisario Betancur decidió convertir en estampilla el Nobel a García Márquez, encargó del dibujo a Juan Antonio Roda y de la carreta al maestro Guillermo Angulo.
En secreto de confesión, Gabo le comentó a BB que su sueño era que esa estampilla solo acompañara cartas de amor. Cuando circuló, don Gabriel, certero corrector como su maestro Clemente Manuel Zabala, lamentó que en la estampilla no le hubieran puesto tildes a sus dos apellidos.
Bernardo González White, Begow, un hacha en filatelia, no se hace ilusiones: El correo electrónico les dio la estocada final a las estampillas. “No más cartas perfumadas con pétalos y labios besadores”, pontificó el romántico líder de la alicaída tertulia de La Bastilla.
Hubo un tiempo en que a las casas llegaban cadenas de oración. Con y sin estampillas. Las amedrentadoras cadenas notificaban que si no nos atragantábamos de padrenuestros y rosarios, y no reenviábamos el mismo texto a mil sujetos que tuvieran los pies planos, nos daría pecueca para siempre.
También los apartados aéreos, AA, primos remotos de las estampillas, están en extinción. En calidad de pato, solía acompañar amigos a recoger su correspondencia.
Los aristócratas del AA se preguntaban cómo se podía vivir sin apartado. Eso daba estatus.
María Elena Quintero, esposa del maestro Arenas, llevó la voz tronante para agradecer la fina coquetería de la emisión. Aprovechó para lamentar que el legado artístico de su marido “esté sumido en el más imperdonable olvido”.
Las babas oficiales acompañan ese legado: La ley 748 que le rinde honores, quedó convertida en estatua de sal. La promesa del gobernador y precandidato Luis Pérez de volver museo la Casa Taller del artista en Caldas, se quedó en palabras, palabras, palabras.
Ni siguiera la escultura La Familia, de Arenas, que estaba en el edificio Mónaco, irá al Museo de Antioquia. No hay platica para el trasteo. Del Museo le sugirieron al general Camacho Jiménez, Comandante de la Policía, entidad que tiene la obra, que se la lleve para La Estrella. Así le oculte el sol a la Virgen de Chiquinquirá.
Pero, bueno, “habemus” estampilla: del ahogado el sombrero.