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La vida en paralelo
Es inevitable que se termine el tiempo mortal.
Domingo, 29 de Noviembre de 2015

Toda la luz, toda la inspiración de la mañana es una motivación para que, desde la sencillez del corazón, asome la sabiduría, que no es otra cosa que la sensatez del alma equilibrada con la intrepidez de la razón.

Los pasos serán seguros si comienzan en el reposo, en el pensamiento puro del amanecer: la vida se hará honorable, y justa, si el tiempo cotidiano se nutre de savia mañanera, si la prudencia de las horas tempranas gorjea en los trinos de las aves, con esa especie de edad madura que pulsan en su canto.

La mañana debe abonarse bien para que florezca más bonito el día, con una mirada lenta a los pájaros, que son la muestra de la bondad de la naturaleza, tienen esencia de  arco iris y llevan en sus alas nuestros anhelos hacia la magia del universo.

Ese recorrido diario, desde la aurora hasta el crepúsculo, es similar la vida: se nos da un espacio breve para aquilatar nuestros valores, para dejar algún rastro que dignifique los años transcurridos en una edad mortal que, aún, no sabemos explicar del todo. (Es el intento constante de disipar las sombras de la ignorancia aunque no se logren cosas especiales e, incluso, se haga más confusa la existencia cuando se trata de entenderla).

Si en el espíritu se mantienen unidas la esperanza y la ecuanimidad, si se sabe lo que se hace y, de hecho, ello está de acuerdo con lo que se piensa y se siente, no pasa tan de largo el olvido demoledor que hace que nadie se acuerde de nosotros.

De alguna manera nuestra consciencia se fortalece en ese celo de estar alerta, perseverante y fehaciente, cuando se forjan ella los principios de la sabiduría, y la vida entonces se justifica como el tránsito a la inmortalidad, como el eco de la voz eterna que resuena en timbres de infinito, para que las huellas de nuestros actos se inserten en el tiempo y sean las marcas  a seguir para quienes nos siguen en el camino.

Es inevitable que se termine el tiempo mortal: pero si se proyecta la mirada, como la de los pájaros al horizonte, y se enciende el pensamiento, se ilumina el alma para asumir la convicción de que la vida es sólo una sombra fugaz pero oculta, socarronamente, la herencia universal del destino, que son los sueños.

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