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La navidad cuelga de un pañal
El entorno era casi mágico: pastores, ovejas, rebaños, estrellas, todo pleno en esa belleza que la humildad tiene inscrita en la sencillez.
Domingo, 20 de Diciembre de 2015

La caravana divina, sencilla, amorosa, con la tierna imagen de un padre bondadoso que cumple su misión de ir junto a su esposa a ser empadronados, sube por el camino a Belén, con muchos más peregrinos, obedientes al decreto de César. Así, se estaba realizando lo profetizado en las escrituras. 

El entorno era casi mágico: pastores, ovejas, rebaños, estrellas, todo pleno en esa belleza que la humildad tiene inscrita en la sencillez, como la paja que juntaría, luego, José para el lecho de su esposa. Quizá propicio para que María diera a luz, en un pesebre pobre, al calor de los animales y al arrullo de ese silencio supremo que sólo se escucha en la naturaleza.

A la par de un censo ordenado, iba a sucederse el mayor testimonio del amor de Dios, la redención colgada en el pañal de un niño, asida a las barbas buenas de José, plegada de amor en el manto bendito de María, esparcida en el aliento del buey, vibrante en el eco universal del coro celestial “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres”. 

Y los testigos convocados, los pastores, inspirados por un ángel, quisieron de inmediato ir a verlo: igual de humildes, alegraban a María, participaban de su alegría y le daban fuerza para asumir una maternidad que sería tan dolorosa como las espadas que atravesarían su alma y, a la vez, le daría la fuerza necesaria para aceptar ese rol dadivoso de ser intercesora nuestra. 

Luego, el regreso a Nazaret, para ver crecer al niño y disfrutar de sus años de infancia, fortalecerlo y educarlo en la gracia de Dios. 

Ese fue el nacimiento del redentor que se había esperado tantos siglos: muy distinto al que muchos habían aguardado, un libertador salvador que nació de un carpintero bueno y de una doncella hogareña, rodeado de una corte de ángeles, de campesinos, de luceros y una música perfecta, de luces y alabanzas: pero, ¡cuánto habría de sufrir por nosotros! 

Su nacimiento se anunció hasta los confines del mundo, desde donde vinieron tantos a conocerlo y adorarlo, como aquellos magos bondadosos que siguieron la señal y se hincaron para ofrecerle oro, incienso y mirra: en Belén, la “casa de pan”, nació el prólogo de la redención, el que sería pan en la eucaristía.

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