El fenómeno de los migrantes está afectando a muchos países: los africanos quieren llegar a todas las ciudades europeas; los latinos a los Estados Unidos; los nicaragüenses a Costa Rica; los chinos a todas partes y los venezolanos a Colombia.
Las naciones mas afectadas no saben ya que hacer, pues a pesar de las medidas restrictivas que diseñan, la gente sabe cómo ingeniarse para lograr el objetivo. Fuera de eso existen redes de traficantes que trabajan en toda clase de esquemas migratorios y cobran gruesas sumas a los potenciales clientes, para colocarlos en determinado destino.
El fenómeno no había tocado a Colombia, hasta que estalló la crisis en Venezuela derivada del desgobierno que ha masacrado la economía y colocado a sus habitantes en la peor crisis de su historia, en donde no solo no existen oportunidades laborales, sino que los alimentos no alcanzan, los medicamentos escasean, la inseguridad llega a niveles incontrolables, y el flagelo social se recrudece.
Eso ha hecho que las ciudades colombianas: grandes, medianas y pequeñas, estén recibiendo a los centenares de miles de venezolanos que huyen de la miseria y la desesperación en su país, para buscar un escenario que por lo menos les permita comer.
Es común ya en cualquier parte del país observar los semáforos invadidos de hombres, mujeres y niños, los parques sitiados, las vías públicas plagadas y las carreteras nacionales con desfiles de peregrinos, que a pie pretenden llegar a otro destino en donde encontrar una esperanza.
Colombia no estaba preparada para eso, y lo peor es que sigue casi indiferente al flagelo, frente a al cual los problemas sociales no se hacen esperar: la mendicidad se ha multiplicado; la atención de enfermedades crece; el problema alimentario está a la orden del día, y desde luego la inseguridad también se acrecienta.
Esta situación merece no solo la especial atención del gobierno nacional, sino que demanda la presencia de organismos internacionales que contribuyan a analizar el problema y que estén dispuestos a canalizar recursos para crear iniciativas, no solo de atención, sino de alternativas de ocupación de toda esa avalancha de personas que deambulan por todas las urbes, en espera de una mano caritativa que por lo menos les quiera brindar un pedazo de pan.
Si el país no diseña un esquema de atención urgente para este problema, seguramente tendremos en poco tiempo una bomba social de muy difícil contención.