Como en los viejos troncos de antes, en los que se grababan las iniciales de los amores, uno debe inscribir en el alma la alianza que hace con sus sueños.
Y también poner testigos, los luceros, el cielo, las estrellas (como Las Perseidas de Agosto, que son rastros de la ruta de luz de los pájaros que asciende al universo): en fin, aquellos signos que sellan el pacto con la vida.
O dibujar –la alianza- como lo hacían los niños, en una vieja pizarra, añeja, con tiza, recreándose en los temas sencillos de la naturaleza, el camino y el árbol, los padres de la mano, el sol brillante, el río y el perro guardián de las ilusiones. Y mezclar todo en el viento que dirige el rumbo del velero del tiempo, lo orienta con juicio, lo hace sugestivo y acariciador.
Si uno hace parecer la vida a ese escenario, como de teatro, halla la princesa del destino: la sabiduría, en un espacio que nos ofrece la eternidad para sembrar las nostalgias bonitas. Y aprende a ilustrar mejor su existencia, a incluir paisajes generosos en azul, en los que las ilusiones juegan a la marisola.
La línea de los horizontes se parece a aquellos maderos ancestrales; en ella se tallan los deseos, como picotazos de pájaros carpinteros, o una siembra de esas luces fugaces que cayeron generosas y se aposentaron allí.
Es un territorio en el que únicamente vale la rutina deliciosa para absorber la placidez. Es la sede de la esperanza, en la cual, con fundamentos auténticos e individuales, quizá egoístas, se puede alargar el destino y sentir que entre las penas y las alegrías sólo existe una premonición.
De manera que no hay pretextos para no ser felices, para no abrir la válvula de lo infinito y asomarse al espectáculo de la universalidad.
Todo esto está a la diestra de los sueños, donde no existen culpas, ni tanta angustia, ni el odio se vuelve contra uno mismo para desestabilizar la personalidad. Sólo hay signos o señales inscritos en cada punto cardinal de la mañana, adonde se debe llegar con aquella fe inmensa que da el pensamiento cuando se ajusta a la real dimensión de ser la prominencia del ser humano.