“Las ideologías llevan inevitablemente a la decepción, porque tienden a lo perfecto, que luego el contacto con la vida real hacen imposible” Enrique Tierno Galván.
Con la definición por parte de algunos partidos políticos de sus candidatos presidenciales y con la inscripción por firmas de otros tantos, se empieza a calentar el ambiente para la contienda electoral por llegar a la Casa de Nariño el 7 de agosto de 2018.
Los últimos años han sido de una fuerte polarización por cuenta del proceso de paz con las FARC, quienes históricamente han sido un actor electoral fundamental para inclinar la balanza a favor de uno u otro candidato, ya sea por las promesa de negociar y desmovilizarlos, o la de confrontarlos militarmente hasta acabarlos.
Hoy el panorama es otro, las FARC harán política sin armas, transformadas en un partido político que intentará conquistar una fracción del electorado y así poder participar e incidir en los debates nacionales desde la legalidad y la democracia. Aunque el partido de las FARC participe en las elecciones, no serán un factor determinante en el proceso electoral, primero porque no gozan de un respaldo popular importante a causa de las atrocidades cometidas por esta guerrilla durante los años de conflicto, deslegitimando totalmente su discurso, y segundo porque nos estamos dando cuenta que el conflicto armado es sólo uno de los tantos problemas que tiene el país, los cuales no se habían visibilizado suficientemente a causa de los estragos del conflicto.
Algunos partidos políticos han tratado de mantener en la agenda mediática el tema del conflicto armado como prioritario, ahora cambian su discurso creando algunos sofismas como “la llegada del Castro-Chavismo a Colombia” para luego venderse como los “salvadores” de la amenaza creada por ellos mismos, y así apelar a los miedos que históricamente nos han gobernado para intentar una victoria electoral.
Si algo nos ha permitido la disminución sustancial del conflicto armado, ha sido destapar y visibilizar varios escándalos de corrupción en todas las ramas del poder público, que vienen ocurriendo desde hace décadas y se mantienen hasta hoy. Esta situación tiene en jaque a una parte de la clase política del país, evidenciando que la corrupción no tiene ideología, ni clase social, es un fenómeno arraigado a nuestra cultura, y sin duda es la causa de muchos de nuestros problemas actuales.
Esta elección no debe enfrascarse en el anacronismo ideológico, debe centrarse en un tema de principios, direccionando el debate sobre la corrupción y sus nefastas consecuencias para Colombia. Es fundamental que los candidatos no evadan su responsabilidad política, porque muchos de ellos por acción u omisión han facilitado que la corrupción este enquistada en el país, hay que cuestionarlos y dejarlos en evidencia, no podemos seguir permitiendo que gobiernen políticos que sólo prometen “obras” pero que con sus actos y apoyos a personas cuestionadas fomentan la corrupción.
Es necesario que el nuevo Presidente de la República condene y ataque sin titubeos cualquier acto de corrupción, que se castigue y evite que el país siga perdiendo más de 50 Billones de pesos al año (con B), que deberían utilizarse para fortalecer la educación, el sistema de salud y sobre todo en inversión para el sector agroindustrial y el turístico, donde está nuestro futuro económico cercano, aprovechando la infinidad de riquezas que tenemos y las oportunidades que se abren en este escenario actual de posconflicto.