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La hija de Trump
Todavía está a tiempo de tratar de influir más positivamente en favor de los migrantes.
Domingo, 29 de Julio de 2018

Es linda, elegante y sofisticada. Camina como modelo y habla en voz baja, con una magnífica dicción.

A los 36 años, Ivanka Trump ha demostrado que inclusive una millonaria como ella, esposa y madre de familia, puede trabajar y llevar una vida más productiva. 

Bien se habría podido dedicar al ocio y a rascarse la barriga. Pero no. Puso manos a la obra y en 2014 creó una línea de ropa con su marca (IVANKA TRUMP).
La compañía partió de la base de que existía una demanda para carteras, zapatos, sandalias  y otros artículos vendidos bajo la imagen de Ivanka. Al comienzo esto fue cierto y sus líneas se estaban vendiendo muy bien. 

Sin embargo, cuando Trump llegó a la Presidencia, Ivanka heredó numerosos enemigos de su padre, quienes se dedicaron a boicotear sus ventas en almacenes como Nordstrom y Hudson Bay.

Tampoco ayudó el hecho de que, a pesar de que Donald Trump fue elegido bajo el propósito de defender todo lo norteamericano y promover la venta de productos fabricados aquí, los artículos vendidos por Ivanka eran fabricados en Bangladesh, Pakistán e India, entre otros, que explotaban a las obreras con salarios de hambre y condiciones de trabajo extremadamente peligrosas. A este respecto, se la acusó de doble moral.

A pesar de lo anterior, se reconoce que su finura contrasta con la vulgaridad de su padre, quien públicamente se ha vanagloriado de hacer lo que quiera con las mujeres, atacarlas y agarrarlas de las partes íntimas sin que protesten y se rebelen. Según él, todo le ha estado permitido.

Se dice que cuando Ivanka escuchó las declaraciones de su padre sobre ese tema en el programa “Access Hollywood”, se puso roja y salió del salón en donde estaba, con lágrimas en los ojos. 

Se debió sentir particularmente ofendida y humillada.

Ivanka fue nombrada por su padre como Asesora Especial en la Casa Blanca. Al asumir el cargo, modificó ligeramente su vestimenta, y para reuniones importantes con líderes políticos e internacionales, comenzó a usar faldas más largas, por debajo de la rodilla, y zapatillas más cómodas. A partir de ese momento, dejó de administrar directamente sus negocios, los que entregó para que fueran manejados por otros.

La discreción con que Ivanka tomó posesión de su cargo condujo a que numerosos periodistas y comentaristas le atribuyeran un papel que ella no estaba buscando y que quizás no podía ejercer: ser un fiel de la balanza y un freno frente a los arranques irracionales de Donald Trump y a su constante tendencia a decir mentiras y a inventarle historias a sus contrincantes. Trump no se deja orientar. No escucha, ni siquiera a sus más altos asesores civiles y militares y a su jefe de gabinete. Hace y dice lo que le da la gana, cuando le da la gana.

Cuando los medios entendieron que Ivanka no estaba siendo una influencia estabilizadora para el Presidente Trump, se le vinieron encima y la acusaron  de ser cómplice de sus peores acciones. Pretendían que Ivanka criticara a su padre públicamente.

Acaba de declarar que cerrará totalmente su negocio y dejará de producir sus líneas de vestuario, para dedicarse exclusivamente a sus tareas como Asesora de la Casa Blanca. Esta última decisión ha sido aplaudida por casi todos los medios.

Hay que reconocer que Ivanka ha cometido errores garrafales: declarar que su padre es un defensor de las mujeres (!), callar públicamente sobre la tragedia de la separación de las familias de migrantes latinos, después de que se autoproclamó defensora de la familia y la niñez, decir que ella hablaba al oído de su papá sobre este tema, fue totalmente insuficiente, frente a la crueldad de las acciones del gobierno. Pero todavía está a tiempo de tratar de influir más positivamente en favor de los migrantes, por ejemplo, o de promover una mejor calidad en la educación de los pobres. Quedaremos pendientes.

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