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La frontera del tiempo
En el tiempo espiritual se aprecia la vida de manera diferente con un único compromiso de sembrarnos en la esperanza, sólo con la vocación.
Domingo, 28 de Junio de 2015

En el tiempo espiritual se aprecia la vida de manera diferente, se trabaja con otros modelos, con un único compromiso de sembrarnos en la esperanza, sin malicia, ni ventajas, sólo con la vocación intelectual dispuesta a cruzar el camino con la inspiración de vivir en un tiempo emblemático.

La frontera del tiempo posee, entonces, una especie de brecha que separa la dimensión material de la espiritual; con un cartel de bienvenido, como en las naciones nuevas que se visitan: es para inmigrantes que llegan a una fusión de culturas, donde todo es mágico y simboliza la madurez del pensamiento en una unidad de espacio, y de tiempo, desde luego, tan desconocidas como universales.

Allí no hay trampas, porque se avanza a una realidad, tan auténtica, que sólo responde a las propias ideas, para colonizar las formas que van surgiendo renovadas, como en una edad sin años, después de dejar las espaldas mojadas atrás.

Es una transferencia de lo humano a lo eterno, que es un presente en el cual no hay días, porque ocurre una convergencia de instantes en la que confluyen las virtudes, la paciencia, la creatividad y la medida plena de la verdad.

Entonces se abandonan los reinos comunes, mineral vegetal y animal, para ingresar en un orden más humano, donde el ser participa de lo sagrado de formar parte del universo del pensamiento (cogito ergo sum: pienso, luego existo).

Lo único difícil es encontrar la inspiración para dejar las cosas banales, para poner en movimiento el espíritu y reconocerse, uno mismo, como eco de las jerarquías que rigen la esencia de existir: si uno puede ingresar en ese mundo, no vale la pena vivir, porque no se despoja de sus accidentes y cae en la pobre rutina de ser como las cosas, que son actuadas y no protagonizan una verdadera vivencia de dignidad.

La vida debe ser fecunda, activa, emergida de la mística de una consciencia que se mantiene, vibrante, en una dinámica de energía espiritual que haga de los actos un reflejo universal de la libertad, para dejar el exilio mortal con nobleza y asomarse a la eternidad: es que el universo no recibe accidentes.

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