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Juego de arena
La historia de cada uno de nosotros posee una relación directa con el soporte emocional.
Domingo, 24 de Abril de 2016

Las relaciones con la vida son una especie de ciclos emocionales que se van repitiendo; de ellos quedan secuelas, que se van sedimentando en el fondo, en el abrevadero de sentimientos que existe en el alma. (Algo así como el reloj de arena que tengo hace muchos años y al cual doy vuelta, cada rato, con gusto).

La arena es la misma siempre, pero la sensación de cambio que produce observar la caída lenta, por un diminuto agujero, hace que la inversión de los conos que la contienen semeje la actitud de renovación constante que debe primar ante todo.

Es así la medida del proceso de desarrollo del ser humano: la historia de cada uno de nosotros posee una relación directa con el soporte emocional que demos a los actos; y ello viene de la tradición que hayamos ido atesorando, valiosa, fortalecida en la madurez, en la sinceridad con uno mismo e, indispensablemente, orientada a los valores, aquellos que potencian las opciones del buen cambio, para asumir el presente como un contexto de partida hacia el porvenir, con el carácter constructivo que debe darse a las posibilidades de felicidad que uno puede edificar desde su propia esperanza.

De manera que el sentido de la vida tiene que ver con aquello que se crea para anticipar una mejor sensación de futuro, de correr ese velo que limita a la imaginación en su capacidad de inventar sueños y, sobretodo, mutar de piel para abrirse al horizonte con el tiempo en el alma.

Porque he comprobado que todo es posible, si no es imposible: y lo he hecho a partir de mi amor por la historia, al ver como en medio de las contradicciones, la humanidad ha arañado una realidad que antes consideraba abstracta, para elaborar hazañas que solo los líderes de su propio destino han podido construir.

Uno se desangra cuando no es capaz de entender que el universo es un cristal que emana luz, y que tiene que apropiarse de ella, asimilarla, buscarla, dejarse consentir por la claridad que emite, aceptar los ritos que propone, intuir en ella la delicia de saber imaginar.

Es ese segundo momento de la existencia que se abre en segundos y aparece en el cóncavo momento de 5 minutos del reloj de arena.

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