Como cualquier virgen y mártir del santoral, los gatos tienen su nicho en el almanaque. Los 20 de febrero, es uno de los tantos días que escogieron para hacerse bombo, ellos que pasan por ser indiferentes a las veleidades del mundo.
Agosto también se disputa a maullido limpio el privilegio de estar dedicado a ellos. Un dia más para el japiberdi es el 29 de octubre. Para ellos todos los días es su día. Y no se hable más del asunto.
Es el único cuadrúpedo que vive en eterno sabático. Nace y ya está jubilado. Lo llaman para que no haga nada y está ocupado durmiendo.
Gato es el otro nombre del silencio. Existe la válida sospechosa de que andan con silenciador en cada pata. Por eso, estas alfombras de silencio no se sienten. Al gato hay que sospecharlo. No inventaron el anonimato: le dieron estatus.
Cuando irrumpe un ladrón en casa, en vez de “ladrar”, los gatos asumen que el intruso es algún remoto miembro de la familia, o alguien próximo al árbol genealógico, y siguen la siesta.
Un gato es doméstico por convención, no por convicción. No marca tarjeta, no acata órdenes, no nada. A los dueños de casa no les queda otra opción que admitir, como el marido oprimido: Aquí se hace lo que yo le obedezco a mi gato.
Son la contraria del pueblo. Empiezan haciendo el amor y terminan decretando la guerra.
Hombres y mujeres ven un ratón y se asilan sobre un taburete; un gato arregla el asunto gastronómicamente: convierte al pusilánime roedor en bisté a caballo.
El gato es el logotipo de la pereza. Si no existiera ese delicioso séptimo pecado capital, lo habrían inventado Este felino no camina: se aburre sobre cuatro patas, las mismas que necesita para burlarse del mundo.
Para los gatos todos cada día es martes 13. De allí les viene la longevidad de sus siete vidas.
Hay gatos suicidas pero marrulleros: se suicidan de una de sus vidas y siguen tan campantes disfrutando las demás como si no les faltara ninguna.
Los gatos no se condenan ni se salvan. Ni todo lo contrario. Reencarnan en ellos mismos. Mientras van liquidando sus existencias siempre que caen, caen parados.
Imposible ver un gato con estrés. ¿Quién ha visto un micifuz de estos en un baño turco, visitando al cardiólogo, con principios de úlcera o hablando por celular como cualquier ejecutivo con blindado en la puerta de su casa u oficina?
Tal vez el que mejor los interpreta en la pasarela mundo es Garfield con su desfachatez. Es el ícono de los felinos.
Si quisiera ser gato, como en el poema de Juan José Botero, este servidor reencarnaría en Garfield.
Por lo regular no hay gatos callejeros, de rueda suelta (bueno, en Miami hacen nube los sin casa). Viven en buen apartamento, sin pagarles siquiera en fidelidad a sus amos. Esas minucias subalternas se las dejan a sus antípodas genuflexos, los perros. Por eso apenas se pueden ver.
Son mimados a morir. Un gato es una manifestación de pucheros. Creen que se lo merecen todo. Dicho con un lugar común: si no existieran se habrían inventado a ellos mismos. Feliz día. Feliz mes. Feliz año todos los días.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion