La periodista Salud Hernández confiesa que es una imprudente. Yo diría que su imprudencia ronda en la irresponsabilidad. Hay cosas que admirarle. Pero sus posiciones de ultra derecha y su lenguaje ácido y crudo me producen incomodidad.
Hace rato dejé de leer sus columnas. Las acusaciones que lanza en sus escritos contra algunos colombianos, a veces sin pruebas suficientes, rayan con la irresponsabilidad. Insulta al Presidente de la República por el proceso de paz, al cual se ha opuesto vehementemente, a muchos de los ministros y a los políticos que considera casi todos unos corruptos. Aun cuando reconozco que, en ocasiones, pone valientemente el dedo en llagas de Colombia, su lenguaje ácido y crudo me incomoda.
Me alegra su rápida liberación. Tuvo suerte. Recién liberada expresó su preocupación porque el Eln la había hecho quedar como una idiota. Bueno, es que su auto entrega en los brazos de los elenos, en el Catatumbo, pasó de ser una imprudencia a una verdadera idiotez. ¿A quién se le ocurre montarse en una moto para ir a encontrarse con los guerrilleros que le habían quitado sus equipos? Si tuvo suerte en que no se la llevaran en el primer encuentro, retó al destino aceptando un segundo encuentro que terminó en un secuestro de seis días. Ingrid no tuvo la misma suerte de Salud y fue secuestrada y horriblemente maltratada por seis años. La imprudencia de Ingrid fue más comprensible en función de su edad y la inmadurez que la caracterizaba en aquel entonces. Pero Salud Hernández ya es una vieja y los años algo le deben haber enseñado.
Pero nada justifica un secuestro, por corto que sea. Es aterrador e inhumano, además de humillante. Por eso, con razón, el país entero exigió la liberación de la periodista colombo-española. Salud tiene tanta suerte que hasta Timochenko se pronunció solicitando que la soltaran. Los elenos debieron calcular que los costos de este secuestro iban a ser mucho más altos que los posibles beneficios, representados, por ejemplo, en el pago de dinero por su libertad. Le sacaron en cara que días antes se había referido a ellos como unas ratas. Pero la trataron con consideración y respeto, como ella misma relató.
A pesar de esta dolorosa experiencia, Salud Hernández ha dicho que regresará al Catatumbo para continuar sus investigaciones sobre la situación económica y social de esa región y de sus habitantes. Hay que reconocer que es valiente. Los nortesantandereanos debemos agradecerle que ponga de presente el eterno abandono del Estado colombiano frente a esta región, de las promesas incumplidas, y de la situación tan precaria de la mayor parte de sus habitantes.
Mucha sangre ha corrido por el Catatumbo. Su importancia geoestratégica, su vecindad con Venezuela y la ausencia del Estado han sido, precisamente, las razones para que diversos grupos, al margen de la ley, hayan luchado y se hayan enfrentado por el control de ese territorio y de los cultivos, producción y comercialización de la coca.
Pero no siempre fue así. Conocí la selva del Catatumbo a finales de los años sesenta, cuando acompañé al Padre Rafael Garciaherreros junto con otros estudiantes universitarios. Ya había presencia de algunos colonos que se dedicaban pacíficamente a sus cultivos. La Gabarra era un pequeño caserío en el que esos colones se aprovisionaban de víveres y sacaban sus productos para la comercialización. Durante cuatro días recorrimos la parte más remota de la selva, tomando una endeble canoa con un motor de fuera de borda. Dormimos en carpas a la orilla del rio del mismo nombre y fuimos testigos cercanos de la magia producida por el llamado Faro del Catatumbo, cuando cientos de relámpagos estallan sobre el lago de Maracaibo e iluminan el cielo. Fueron días inolvidables.
Ese Catatumbo paradisíaco, infortunadamente, desapareció. Desde comienzos de los años 80 la actividad de los grupos guerrilleros y paramilitares, y la lucha por el control territorial se fueron intensificando, así como la presencia de colonos que fueron talando la selva y abandonando los cultivos tradicionales por el de las matas de coca. Y el Estado ausente.
Ojalá que las investigaciones de Salud Hernández sirvan para llamar la atención del gobierno, una vez más, y para que cumpla sus promesas y deudas con esa región del país. ¡Que Dios y los habitantes del Catatumbo la protejan!