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Hablando de vacunas
Ya hombres de pelo en pecho, supimos de otra clase de vacunas, las que cobraban los guerrilleros y paramilitares por dejar trabajar a los trabajadores.
Martes, 12 de Junio de 2018

Aprendimos en la escuela que las vacunas son necesarias en la vida del hombre y de los animales, para vivir más y mejor. Lo aprendimos ¡pero a qué precio!

Un domingo, resultó el párroco, padre Juan Ramón Cardona Madrigal, en los sermones de las dos misas (la rezada, a la seis de la mañana, y la cantada o solemne, a las 10 también de la mañana), con el cuento de que el viernes de esa semana llegarían a la población unos médicos y enfermeras a vacunar a todos los niños del corregimiento.

La jornada sería de dos días, sábado y domingo, pero era obligatoria la vacunación pues quien no mandara a vacunar a sus hijos -decía el cura- estaba atentando contra el quinto mandamiento de la Ley de

Dios, no matarás, ya que se trataba de evitar que los niños enfermaran de enfermedad grave y murieran. La vacuna, pues, era un mandato divino.

Ese mismo domingo, a la salida de la misa solemne, la de las 10, hubo un bando del corregidor.  Solón Sanguino, un joven colaborador de las autoridades, golpeaba con fuerza un galón de lata, que alguien había llevado para vender manteca. 

La gente al escuchar el rataplán de aquel tambor metálico, acudía en masa a la plaza, debajo del samán, donde el corregidor, montado en un taburete, daba lectura al bando o pregón que convocaba a los papás para las vacunas de los siguientes sábado y domingo, y anunciaba sanciones para quienes no lo hicieran.

Es decir, los poderes divino y terrenal se habían puesto de acuerdo para que todos los niños de Las Mercedes  recibiéramos la vacuna. Alegres estábamos los primeros días porque nos iban a vacunar, sin saber exactamente, de qué se trataba. 

Alegres, digo, hasta que a Evangelista Zapata, un tipo joven, buena persona, pero mamador de gallo y amigo de armar alborotos y que en todas partes    andaba metido, empezó a gritar a la salida de la escuela: “Les van a puyar las nalgas el día de la vacuna, les van a dar por donde sabemos”. 

Y nos fue entrando la terronera. 

A algunos les dio fiebre antes de tiempo, acompañada de diarrea. 

Y así, entre sustos de la población pequeña, y amenazas de los taitas, llegaron los médicos y se instalaron el sábado anunciado, en los corredores de la casa cural. 

Dos médicos y cuatro enfermeras conformaban aquel equipo, vestido de blanco. Los policías iban de casa en casa obligando a padres e hijos a presentarse en la casa del cura. La calle se llenó de gritos y de lloros, y casi arrastrados fuimos llegando los niños a que nos aplicaran la vacuna. En efecto, nos bajaban los calzoncitos, nos enterraban una aguja larga y perversa por donde nos infundían el contenido de una jeringa también larga y perversa. Luego, otra enfermera nos obligaba a abrir la boca para que tragáramos una cucharada de aceite salado y amargo, otra vacuna. 

Ese fue nuestro primer y doloroso contacto con las vacunas. Muchos años después, ya hombres de pelo en pecho, supimos de otra clase de vacunas, las que cobraban los guerrilleros y paramilitares por dejar trabajar a los trabajadores y dejar vender a los vendedores y dejar transportar a los transportadores. Vacuna en plata, sin dolor en las nalgas,  pero que dejaban y siguen dejando hueco en los bolsillos.

Como ven, hay vacunas buenas y vacunas malas. Como estamos en la última semana de campaña presidencial,  yo quiero invitarlos a que se vacunen con la vacuna buena contra otro virus, que ahora se nos está metiendo por todas partes: el de las mentiras, las promesas falsas y las soluciones engañosas. 

Estando bien vacunados, votaremos el próximo domingo por un candidato que sea coherente con lo que viene diciendo en su campaña, que no cambie su programa de gobierno de un día para otro, que no nos lleve a parecernos a los vecinos que están más en la olla que nosotros. 

Bien vacunados, votaremos por un candidato que muestre una hoja de vida intachable, que sea enemigo del terrorismo y  del bandolerismo y del populismo.

Bien vacunados, le daremos a Colombia cuatro años de un gobierno sano. Bien vacunados, estaremos el domingo, a las cinco de la tarde, cantando victoria. Que Dios nos oiga. Porque si no, vendrá el diablo y arrasará con todo. ¡Dios nos libre!  

gusgomar@hotmail.com

 

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