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Filosofía de la eutanasia
La eternidad es una categoría de tipo ontológico, una experiencia mística.
Domingo, 12 de Julio de 2015

Oponerse  a vivir en condiciones indignas es un acto de libertad suprema, de madurez, de hondura filosófica, mediante la cual se concede al alma el derecho de rebelarse a esa opresión, para afianzarse en el universo y ser en sí misma.

Así, el espíritu debe nutrirse de fundamentos que superen los presupuestos mortales, efímeros: es la noción que se me ocurre para justificar mi inapelable aprobación a la eutanasia. Porque no puede soslayarse un proceso tan universal como el don de la muerte, con sus indicadores, con esa contundencia con que derrota a los seres humanos.

El ser es superior al cuerpo que lo aprisiona: de hecho, la espiritualidad es un principio supremo; tanto, que es la esencia de la razón de ser. En el discurso filosófico, la diferencia es clara: ser es más que vivir temporalmente, implica libertad y la libertad es la expresión máxima de la voluntad.

La eternidad es una categoría de tipo ontológico, una experiencia mística, inclusive, potestad sólo de la dimensión espiritual: uno puede desprenderse de su pobre extensión corporal, porque posee la metafísica; la vida física es apenas una circunstancia, tan sutil,  que no autentica la verdadera sustancia de ser, en el tiempo, universal.

El ser debe superar la propuesta corriente y simple de vegetar en el mundo, procurar un paso adelante y corregir las falencias de su condición  humana; la decrepitud es una de ellas, quizá la máxima, y está por debajo de los mínimos de la integridad. Ello otorga un poder de decisión individual, para salir de la indignidad y recuperar la forma eterna, para no estancarse en esta tierra: pasar de ser corteza material a intuición espiritual, evolucionar de la temporalidad a la trascendencia.

Si uno no está en capacidad de servir para algo en el mundo no tiene sentido su vida, y no puede negársele la opción de la muerte justificada, acceder a la condición perpetua: y el tiempo le permite pasar el desnivel ignominioso para ascender a la plenitud. Es que el acto de ser engendra derechos absolutos, como para evidenciar que lo mortal es sólo un tránsito banal y, que lo eterno, es aquello que absorbe la identidad y articula el ser en su valor supremo.

 

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