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“Espejo negro”
La miseria humana como en el cine tradicional.
Jueves, 6 de Enero de 2022

Me gustan las películas de terror y suspenso que impiden parpadear como “El Bebé de Rosmary” ya olvidada. También las de ciencia ficción como “Viaje a las Estrellas”, la del Chatner que logró por fin estar en el espacio donde capitaneó virtualmente la Enterprise durante décadas. Veo series como “Perdidos en el espacio”, en blanco y negro, con su malvado y sabio doctor Smith. El cine ha regresado con cierto ímpetu pese a que se vaticinó su desaparición con la llegada de Netflix y similares y luego con la COVID-19. Los humanos somos de costumbres arraigadas y los cines vuelven a tener público, las películas se siguen rodando y las crispetas siguen oliendo a sal de mar y caramelo como cuando Cretor las inventó hace más de un siglo. Lo más sorprendente es que crece la audiencia cineasta sin detrimento de las series exitosas de TV. La mayoría se dejan ver; muchas son pegajosas y novedosas. Vienen algunas de sociedades raras por nuestros lados, como Polonia, Escandinavia, Argentina, Irlanda, India, o Turquía. Sus idiomas originales suenan extraterrestres mientras uno se acostumbra a coordinarlos con los subtítulos castellanos, menos explícitos que las palabras originales de grueso calibre. Las series nos han hecho redescubrir la España actoral y teatral que tuvo siglos de oro; la Italia rica en videos de detalle y guiones cultos y complicados. Y unas actrices con una belleza distinta a la de California. Hay series francesas de detectives mujeres, con vida romántica avenezolanada.

La otra novedad de es la inclusión: nobleza británica interpretada por negros, diversidad sexual abierta en la política y en la cotidianidad, crítica de la realidad migratoria, denuncia de corrupción empresarial y de la indiferencia ante el cambio climático y la desigualdad. La miseria humana está en NETFLIX como en el cine tradicional. Pero es una miseria que se disfruta en la intimidad, en piyama, y por eso afecta más nuestros sentidos, nuestras risas y miedos.

Vi Black Mirror, “Espejo negro”, una serie británica distópica que alerta sobre el riesgo de adicción que la tecnología supone para los humanos y para el crecimiento del “lado oscuro” en las redes y en la inteligencia artificial. Todas las novedades tecnológicas existen ya en experimentación. Las personas están conectadas y vigiladas. Se alimenta o borra su memoria con datos reales o creados. Se castiga a los reos haciéndoles participar en “realities” donde ellos son ahora las víctimas y los ciudadanos, el público. Se muestran nuevas caras del terrorismo sin violencia colectiva, solamente presionando a uno o dos poderosos. Hay posibilidad de usar apps que reviven a los seres queridos, alimentadas con datos del fallecido y hasta se ve un marido sintético que viene por correo para remplazar al real; pero el nuevo es mejor porque es fiel, obedece, le da gusto en todo a la mujer, rechaza la violencia y las malas palabras; es tan perfecto, que termina en el cuarto de San Alejo archivado por la viuda y su hija.

El capítulo de 2013, “Momento de Waldo”, sobre elecciones, parece la fuente de una rechazable manera de hacer política en Colombia: Waldo es un oso azul animado de la TV, que cobra vida en video mediante manipulación ciber. Es grosero al máximo, desvergonzado, ignorante, rico, insultante a toda hora, dice odiar a los políticos y luchar contra la corrupción. En una elección local empieza a ofender a los candidatos más opcionados, a hacerles chistes sexuales, a referirse con obscenidades a sus campañas y, ¡oh sorpresa!, sus porcentajes de aprobación suben hasta poner en peligro el triunfo de los más opcionados. Waldo no tiene partido pero sí mucha plata; su acomodado creador dice no querer hacer política; sin embargo, el guionista se quiere enriquecer más y siguen adelante. Waldo queda de segundo en las elecciones.

Cuando acabé de ver el episodio, entendí que tenemos ya un Waldo y que salvo otra actitud más madura de los electores, podría también quedar de segundo.

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