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Escuela de pájaros
Uno debe aprender a volar sólo, como los pájaros, junto a sus pensamientos, escuchar con el corazón desplegado buscando atajos del tiempo.
Domingo, 18 de Octubre de 2015

Uno debe aprender a volar sólo, como los pájaros, junto a sus pensamientos, escuchar con el corazón desplegado buscando atajos del tiempo, dando surcos lentos e identificando aquella orilla segura donde se halla la serenidad.

Los pájaros son maestros en soledad: aunque vuelan juntos, construyen sus nidos tejiendo los instantes, disfrutándolos, porque saben que son pasajeros y, de suyo, que todo lo que se hace cumple una función.  

Una vez terminado su trabajo, alzan su pecho y se abren a la luz, con un canto que parece de oboe, o de flauta, o eco de una nota de piano que aún quiere sonar.

No les había querido hacer caso: me mostraban, cada rato, la eternidad en sus plumas y en ese encanto veloz con que navegan el aire, como si fuera de ellos, mojándose o brillando al sol su plumaje, volando, ora en la aurora, ora en el crepúsculo, con la convicción de poseer los secretos de las rutas migratorias.

Entonces las jerarquías que uno acostumbra a ver se vuelven distintas: lo que era no es y lo que es no era. Porque los pájaros enseñan que el orden comienza en la soledad y en el silencio y, una vez se obtiene, se lo puede contar uno mismo, que es a quien más le interesa. Y que el orden no termina si lo observa desde el espacio interior, si lo reduce a un tiempo maduro, reflexivo y se permite, en ese espacio íntimo, sin el tiempo normal y cotidiano, descorrer los velos de tinieblas que dejarán pasar la luz.

Los pájaros saben que la libertad es una inmensa ilusión inscrita en los sueños, que la savia se mueve por una silenciosa ruta que tiene sus raíces en el alma.

Los pájaros saben de secretos, los guardan, y a veces los conducen a otros corazones que también tengan secretos, unen las sílabas que quedaron pendientes de otros sueños, colgando diría yo, como las ramas que dejan ellos cuando construyen sus nidos. Conocen los enigmas del universo, tan simples como ellos, como su vuelo: saben de colores, de aromas, de la majestad de la naturaleza, del azul que despide la luna mientras ellos duermen en su quietud maravillosa. Saben todo.

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