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Elogio del culillo
Una de las definiciones de esta palabra es el miedo intenso a algo grave que sucede en el momento.
Martes, 10 de Mayo de 2022

Le ha dado culillo a la Real Academia definir el término “culillo”, tal como nosotros lo entendemos: Miedo intenso a algo grave que sucede en el momento, o que puede suceder. “Se cagó del miedo”, dicen algunos en  expresión que yo considero vulgar, por lo que aconsejo decir “le dio culillo”.

Sostienen los tratadistas del tema (médicos, sicólogos, orientadores y curanderos) que el culillo puede presentar varios síntomas: palidez en el rostro, leve temblor en las corvas y en las manos, algún corrientazo en la columna vertebral y cierta humedad allí, precisamente, donde termina la columna.

Pero es necesario advertir que  no necesariamente el culillo se manifiesta ante un hecho repentino, verbigracia, un terremoto, un arma que nos apunta o una suegra iracunda. El culillo también se puede presentar ante una situación que se ve venir: un invierno prolongado que acabará con las cosechas, una montaña que se va derrumbando poco a poco, una peste que empieza a matar gente.

En mi libro ¡Y todo por un murciélago!, que publiqué hace dos años, en plena pandemia, hay un capítulo denominado “Diccionario para la cuarentena”, en el que doy la siguiente definición del término culillo: “Dícese de aquella sensación extraña que afloja el estómago cuando se avecina algún peligro grave, como este virus que nos azota. Viene acompañado de tembladera de zancas y acelere del corazón. Parecido a lo que uno sentía en el colegio cuando lo sorprendían haciendo copialina en los exámenes. El culillo puede manchar los cucos o interiores”.

Pero no todo lo del culillo es malo. Todo tiene –ya lo sabemos- su anverso y su reverso. Lo bueno del culillo es que nos permite tomar algunas medidas para evitar que la desgracia se consuma. Al nefasto virus del Covid 19, que nos llenó de terror y de culillo, le decretaron varias medidas en su contra. Primero, en China, donde se originó el magnicidio mundial, el gobierno prohibió comer murciélago. Los restaurantes especializados pusieron el grito en el cielo, pero por culillo les tocó dejar de vender tan sabroso –según dicen ellos mismos- y suculento plato.

Como “después del ojo afuera no hay santa Lucía que valga”, ya el mal estaba hecho y el contagio estaba andando. Hubo cacería de murciélagos, como en alguna época hubo cacería de brujas, y los ratones voladores  caían pero el contagio crecía, las muertes aumentaban y el culillo se extendía.    

Después se inventaron el uso del tapabocas y los gobiernos lo volvieron obligatorio. Los atracadores y los deudores morosos y las esposas infieles pudieron cubrirse el rostro para pasar desapercibidos. Las muertes disminuyeron, gracias al tapabocas y al culillo.

Más tarde, los laboratorios tuvieron la genial idea de las vacunas. Una dosis. El negocio fue tan bueno que idearon la segunda dosis. Y la tercera dosis. Y vamos en la cuarta. Pero el culillo no se detiene.    Podemos decir que, gracias a esa sensación de miedo y de terronera, se le pudo hacer frente al virus malevo y casi que lo tenemos dominado. Con vacunas, trapitos en la boca y nada de abrazos, le hemos hecho frente. 

Mi mamá me aconsejaba que en caso de una pelea, era preferible que me aculillara y saliera corriendo. Vale más que digan “aquí corrió fulanito”, que “aquí cayó perencejo”. 

Hace poco le pregunté a un profesor  amigo por quién iba a votar en las próximas elecciones. Miró a ambos lados, y luego me dijo en voz baja: “Por Fico”.

-¿Y esa joda? –le pregunté al sindicalista.

-Por culillo a que nos pase lo de Venezuela. Físico culillo, del amarillo.

gusgomar@hotmail.com

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