No sobra recordar que Inglaterra integra junto a Escocia y Gales lo que llamamos Gran Bretaña, que sumando Irlanda del Norte conforman el Reino Unido. Esa parte del mundo está de luto por el fallecimiento de su reina Elizabeth II, pero también en la incertidumbre ahora que asumió como primer ministro Liz Truss, por cuanto no representa un cambio fundamental ideológico, toda vez que pertenece, como el saliente Boris Johnson, al partido conservador.
La reina significó para los británicos un símbolo de continuidad durante 7 décadas, que van desde el triunfo en la Segunda Guerra Mundial, pasando por la adaptación post imperial y colonial, hasta el divorcio con la Unión Europea. Ninguna otra figura, con excepción tal vez de Churchill, les provoca tanto sentido de unidad. Justamente porque siguió los rituales institucionales, pudo fortalecer la monarquía constitucional, a pesar de las críticas de sectores que abogan por su eliminación. Inclusive, resistió a los embates de la opinión pública en circunstancias difíciles, como las de su problemática hermana Margarita; el fallido matrimonio de Carlos con la princesa Diana, y su trágica muerte; el escándalo sexual de Andrew, su segundo hijo, vinculado a las orgías del financista Epstein; y las tortuosas relaciones con su nieto Harry, y su esposa Meghan. La longeva y venerada reina se va, quedando la monarquía en expectativa, por cuanto el nuevo rey, su hijo Carlos III, ya de 73 años, ha anunciado que transformará su naturaleza.
Este adiós coincide con la llegada de otra mujer, Elizabeth Truss, quien asume no el poder simbólico sino las riendas del verdadero poder político británico en una compleja situación económica y social derivada, entre otras, de la salida de la Unión Europea, la pandemia del Covid-19, y las secuelas de la guerra de Ucrania, todo lo cual ha provocado una galopante inflación con síntomas de recesión. Después de 12 años de poder conservador, con manejos erráticos de sus antecesores May y Johnson, el período de Truss no parece largo, aunque se acomode fácilmente a nuevas circunstancias. Ella no llega a primer ministro producto de una elección general, sino por la renuncia de Johnson después de sus escándalos al violar protocolos del Covid-19 con fiestas en la sede del Gobierno. Curiosamente, una minoría parlamentaria la postula, por manera que compite con otros 10 aspirantes de su partido, hasta quedar frente a Rishi Sunak, a quien termina derrotando. La ley del péndulo probablemente lleve a los laboristas al poder en las elecciones generales de 2023.
Lizz Truss despide a la reina como “la roca de la Gran Bretaña moderna”, señalando que su espíritu perdurará. Pero muy joven, comenzando su vida política como dirigente en Oxford, expresaba que “nadie por nacimiento está llamado a gobernar”. Sin duda, las personas cambian con los años, por formación o circunstancias. Así también, Truss abandonó a los liberales para unirse al partido conservador; y se opuso al Brexit inicialmente, para luego convertirse en defensora de la salida de la Unión Europea. Esa cualidad política que algunos llaman pragmatismo, otros la denominan oportunismo.
El Reino Unido, cuyo eje es Inglaterra, mantiene un alto significado, por ser la democracia más antigua de la era contemporánea y, al mismo tiempo, cuna de la revolución industrial, por lo que forjó ese inmenso imperio que lo convirtió en primera potencia del siglo XIX. Ese poder político, económico y militar, adobado con su teoría del libre cambio, le permitió impulsar el capitalismo moderno, que ha dejado simultáneamente avances y mucho sufrimiento a la humanidad. Por lo mismo, reflejos de su cultura son manifiestos en Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, y también en algunos de los países más pobres del mundo, como Malaui, Gambia, Zambia y Zimbabue.
Una Elizabeth se va, y otra Elizabeth llega. Parodiando a Siddhartha, “la vida es como el río, que viene y pasa”.
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