No tiene nada que ver con la población guajira , considerada como “fortín” de la música vallenata: patria de grandes autores, compositores, acordeoneros, cantantes y verseadores.
El refugio o remanso en mención, queda en esta ciudad, en uno de los barrios más tradicionales, donde todavía se encuentran muchas casas de bareque o tapia pisada, con solares, árboles frutales y pajaritos.
Lo que tiene de parecido con la ciudad costeña, no es solo el nombre, sino la devoción por la música vallenata auténtica, la inspirada y ejecutada por los verdaderos juglares, con acordeón, caja y guacharaca.
El sitio en referencia, está localizado en el suroccidente de Ocaña, en una casona de tres niveles, del que el último fue acondicionado para escuchar, gozar y tararear paseos, merengues, sones y puyas.
Los anfitriones, Adaulfo Pérez y su señora Ayanid Vargas, mantienen el lugar decorado con motivos del arte musical vernáculo, y reflejan una de las características más connotadas de la gente oriunda de la “Villa de Caro”, la de excelentes anfitriones.
El refugio villanuevero, o el refugio vallenato, como ellos prefieran bautizarlo, no tiene par en la región, porque en él, se divisa el cerro de la Santa Cruz, y se disfruta de la brisa refrescante que baja de la turística montaña.
Los tertuliantes, en épocas o celebraciones especiales, acuden al pintoresco lugar a iniciar la parranda o desenguayabar, obviamente, invitados por los atentos propietarios , con la condición de llevar música de Luis Enrique Martínez, Alejandro Durán, Calixto Ochoa, Lisandro Meza, Juancho Polo Valencia, Alfredo Gutiérrez, Julio de la Ossa, Abel Antonio Villa, Los Hermanos López y Los Hermanos Zuleta.
No se pueden descartar a los artistas de la etapa intermedia, como Diomedes Díaz, Silvio Brito, Beto Zabaleta, Fredy Peralta, Iván Villazón y el Binomio de Oro.
A diferencia de las parrandas vallenatas, en las locales no se versea, ni se presentan a consideración las nuevas canciones, pero tienen en común la celebración sin bailes, los relatos de anécdotas y los chistes.
Mientras que algunos de los asistentes se enredan o entretienen con la época, los autores y compositores de determinada canción, muchas veces con apuestas incluidas, otros se dedican a prender el fogón, despresar la gallina, pelar la yuca, la papa , el plátano y otras verduras, para cocinar el infaltable sancocho.
La animada reunión de amigos, se inicia en las mañanas y culmina en los anocheceres, cuando los invitados y anfitriones han libado el licor suficiente, han cantado o tarareado los paseos o merengues necesarios, han calmado el apetito, y con los cuerpos cansados y sus conciencias confundidas, se despiden , se abrazan , gracias y hasta la próxima.
Los “socios” del refugio tienen como lema el goce, el respeto mutuo, la añoranza de los tiempos idos , el compartir los gastos y el compromiso de festejar el cumpleaños de cada uno, conservando así una de las tradiciones más representativas de los ocañeros, que ojalá sus hijos la hereden y la preserven, como ejemplo de convivencia y descanso espiritual.