Con razón, el Papa Francisco sigue preocupado con la situación en Venezuela, que va de mal en peor, en lo económico, lo político, lo social y en materia de seguridad. No solamente ora por ella, sino que sigue en sus empeños por patrocinar el diálogo.
El gobierno del Presidente Nicolás Maduro la hizo de nuevo: aplazó hasta una fecha indeterminada las elecciones para gobernadores y alcaldes, que han debido hacerse en diciembre del año pasado, y que ya habían sido aplazadas, en principio, para junio de 2017.
El Secretario General de la OEA, Luis Almagro, uno de los pocos funcionarios internacionales que le ha cantado la tabla, francamente, a Venezuela, por sus violaciones a la Carta Democrática de las Américas, anunció que mandará un nuevo informe a los estados miembros sobre el deterioro en la democracia de nuestro vecino país.
Sin embargo, los países latinoamericanos y caribeños, si no apoyan cínicamente al régimen de Maduro, le dan suaves palmaditas en la mano.
En el caso de Colombia, su prudencia es entendible: el deterioro de las relaciones binacionales crearía, de nuevo, fuertes problemas para la frontera, para sus habitantes y para los colombianos residentes en el vecino país.
Sabemos que Maduro y su Canciller aprovechan cualquier situación internacional que los afecte, para armar un escándalo y colocar una cortina distractora de humo.
Para la muestra un botón reciente: el escándalo que le han armado al Vicepresidente Germán Vargas, por haber llamado a los venezolanos “venecos”. Cierto, el Vicepresidente se fue de boca y utilizó un término despectivo. Pero su falta de diplomacia tampoco justificaba semejante ruido.
En lo que respecta a los Estados Unidos, el nuevo gobierno no termina de aclarar la que será su política exterior y, todavía, Venezuela no figura entre sus prioridades. Pero, como dije en columna anterior, la llegada al Departamento de Estado de Rex Tillerson, expresidente de ExxonMobil, y quien tuvo malas experiencias con los gobierno de Chávez y de Maduro, muy seguramente hará que Venezuela aparezca pronto en el radar del régimen de Trump.
Pero el Papa Francisco, quien desde tiempo atrás ha venido haciendo esfuerzos para que el gobierno y la oposición se sienten a una mesa de diálogo y acuerden medidas para evitar la prolongación de los sufrimientos del pueblo venezolano y un estallido social, no se ha rendido en su propósito.
Los ha invitado para que se vuelvan a sentar a la mesa, esta vez en el Vaticano, con la presencia del Sumo Pontífice. Los miembros de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) ponen como condición que el gobierno cumpla con las exigencias que ya habían presentado en diálogos anteriores: la liberación de alrededor de 160 presos políticos, un cronograma en firme para la elección de gobernadores y alcaldes, y respeto a la autonomía de la Asamblea Legislativa.
Dudo que el gobierno de Maduro cumpla con esas condiciones. Sabe que si realizan elecciones las perderán, ante el fuerte descontento con su gobierno del 85 por ciento de la población. La liberación de los presos políticos, entre ellos Leopoldo López, fortalecería a la oposición, cuyos líderes que están todavía libres son bastante débiles y han perdido capacidad de convocatoria. Del respeto a la autonomía de la Asamblea, ni hablar. El poder legislativo reanudaría sus esfuerzos para revocarle el mandato al Presidente.
Así las cosas, me temo que los diálogos en el Vaticano continuarán aplazándose, o no conducirán a acuerdos concretos que permitan una salida pacífica a la crisis venezolana.
Si ello fuere así, la oposición no tendría alternativa distinta a la de reconectarse más firmemente con los ciudadanos, presentarles propuestas concretas de solución a los problemas económicos y sociales más agobiantes y multiplicar sus llamados para que la población salga con frecuencia a la calle, a manifestarse pacifica pero firmemente en contra del fracasado régimen. Que siga de allí, dependerá de la actitud del ejército venezolano.
Que Dios escuche las oraciones del Papa Francisco y proteja a Venezuela.